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Habitación 364. Por Kevin Durán Londoño

Actualizado: 10 jul 2022

—Está horrible ese cuadro —dijo uno mientras miraba con asco el concreto.

—No recuerdo haber pedido tu opinión —respondió mientras daba sus últimas “pinceladas”.

—Morderte el dedo y llenar la pared de sangre no es ser pintor —decía el del fondo mientras mascullaba una pequeña, pero ofensiva sonrisa.

—Cuando uno solo sabe qué es el arte, los demás sobran —Y presionaba la herida de su dedo índice—. Así se va a quedar —Sonrió después de dar por terminada la obra.



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—¿Quién te va a comprar una manzana mal pintada?

—La semana pasada nos rompiste la cabeza a los tres, y aquí estoy, sin sacarte en cara tu estupidez. —Su presión arterial aumentaba.

—No entiendo por qué insistes con tu “manzana en el paraíso” si la sangre ya no nos alcanza para eso —interrumpió el otro al fondo.

—El artista no ve lo que hay, ve lo que es —dijo hacia la pared del fondo—, y cállense que no la hice para la venta. La hice porque será mi legado a este desagradecido mundo. Por ustedes nunca pude surgir. —Cada vez estaba más acelerado, sus manos temblaban por la rabia que le generaba la poca apreciación de los otros sobre la pintura.

»Desde que estamos aquí no he podido comer siquiera una manzana; todo es basura en este lugar. Quiero matarlos ahora mismo…

—Félix, otra vez no, por favor —decía la enfermera mientras dopaba al esquizofrénico de la habitación 364 para dormirlo.


Un Londoño…

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