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Ese sentimiento. Por Andrea Oviol.


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Muchas personas moviéndose, el representativo piso colorido -roto- de Cruz Diez, calor porque el aire acondicionado no funciona, humedad, vibras pesadas en el ambiente, mucho sentimiento de resignación, pero esperanzas de que todo será mejor. Esas y miles de características más de un tiempo y espacio ahogado en comunismo. El Aeropuerto Internacional de Maiquetía, lugar de miles de despedidas, temporales o definitivas. Despedidas.

Puede sonar un poco cliché pero no es más que la verdad. A muchos venezolanos que seguimos en el país nos une el gran sentimiento de “extrañar”. Extrañar mucho. Y esta cuarentena, por lo menos a mí, me abrió los ojos y me hizo ver la gran cantidad de gente que se ha ido. E inevitablemente me hacen falta. Personas a las que hace un año veía a diario, hasta podía cansarme de ellas, y el día de hoy las quisiera de vuelta. Así sea solo para respirar el mismo aire. Ese sentimiento del que hablo nunca se va, solo aprendes a vivir con él. Algunos días se intensifica y otros no tanto. Pero siempre está.

Primero fue el turno de mi mejor amigo. Alto, delgado, con un pequeño complejo de superioridad, algo desapegado y no muy cariñoso -ciudadano norteamericano-. Todos sabíamos que ese momento llegaría, pero nunca se está realmente preparado. “Andre, me voy un tiempo, probaré qué tal me va y regreso, no te preocupes”. Sus palabras me tranquilizaron; pero, ¿quién quiere que llegue ese día? Con él compartía todo, además de vivir cerca y visitarnos para cualquier estupidez, y cuando digo “cualquier estupidez” lo digo en serio. Era de mis mejores compañías, ¡nuestro sentido del humor se fusionaba tan fácil! Pero, bueno, una muestra más de eso en lo que se convirtió Venezuela gracias a este cáncer político. Llegó el día de despedirse y bajamos al aeropuerto. Muchas personas moviéndose; calor, porque el aire acondicionado no funcionaba, humedad, vibras pesadas en el ambiente, mucho sentimiento de resignación, pero esperanzas de que todo será mejor. Se nos fue el primero.

Llegó el turno de mi hermana. Nos llevamos seis años y medio. Siempre fui la niña chiquita fastidiosa y ella la hermana mayor cool que no me soportaba -según ella, pero yo sé que sí. Empezamos a crear un lazo más fuerte cuando yo fui creciendo y entendiendo. Hacíamos todo juntas. Cuando se mudó con su novio todo fue muy raro. Aunque estaba cerca, no tener su presencia todos los días era extraño, pero algo que se podía superar. Luego tomó la decisión. “Nos vamos”. Y se repite la historia. Muchas personas moviéndose, calor porque el aire acondicionado no funciona, humedad, vibras pesadas en el ambiente, mucho sentimiento de resignación, pero esperanzas de que todo será mejor. ¿Cómo se llama la obra? Se nos fueron. Llegar a la casa luego de eso es un sentimiento indescriptible. Pero al final reconforta el hecho de que estarán mucho mejor. Y aunque hasta el sol de hoy me hago la fuerte -sí, me “hago”- es devastador.

Millones de historias parecidas, iguales, mejores, peores. Todas nos llevan a lo mismo. Un sentimiento de vacío, incertidumbre y rabia. Pero tristeza a la vez. ¿Cómo volver a crear lazos con personas que capaz ni quieras? Yo sé que se debe salir de la zona de confort, pero así no lo creo. Casi todos los venezolanos -por no decir todos- conocemos este sentimiento. Tener que crear grupos todos híbridos porque “somos los que quedamos” es algo triste, pero sucede. Ya sean amigos, familia, conocidos. Hacen falta y mucha.

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