Es el ciclo de la vida. Por Camila Guillén
- ccomuniacionescrit
- 2 abr 2021
- 3 Min. de lectura

Al final,
no son los años en nuestra vida los que cuentan,
sino la vida en nuestros años
ABRAHAM LINCOLN
Cuando entró a la clínica le faltaba el aire. La señora de cabello castaño muy claro y rostro apacible ya no tenía fuerzas. Era como si estuviese debajo del mar y no encontrara la superficie. Blanca como un papel, doña Amalia no logró marchar con su paso firme hacia la sala de emergencias. Eso le molestaba, casi tanto como no poder respirar.
La menor de sus hijas la sostenía. Cabello negro, ojos negros y de baja estatura. La mirada de Mary delataba su miedo, no podía contener su llanto. El virus había apagado a su madre en cuestión de días. Amalia Rosa siempre se enorgulleció de su independencia, estar en una cama todo el día y en manos de una enfermera no era para nada de su agrado. Pero sus peores miedos se hicieron realidad. En cuestión de minutos ya la habían ingresado en uno de esos cuartos blancos y fríos, las agujas invadieron su piel. Supuestamente para hacerla sentir mejor, pero lo cierto es que solo hacían que sus ánimos se desplomaran.
En la noche se quitaba las vías intravenosas, se sentía atrapada. Añoraba volver a su casa y regar sus plantas, que para ese momento ya eran menos verdes, menos bonitas. La enfermera ocasionalmente encontraba las sabanas manchadas de sangre y le aconsejaba a la abuelita que se portara bien, quitarse aquellas vías era peligroso.
Amalia habló con Dios y un día se dejó ir. Pensó en toda su familia, en cuánto los quería, aunque casi nunca se los hubiese dicho. Pero siempre se los demostró.
Afuera, en algún pasillo de la clínica, los gritos y el llanto desgarrador se hicieron presentes. Nadie pudo despedirse. El entierro fue extraño, todos a varios metros de distancia. No la velaron, no hubo flores, solo estaban sus hijos. El ataúd blanco fue sostenido por unos individuos cubiertos de pies a cabeza con un traje especial. Nadie podía creerlo, parecía una pesadilla. Pero solo era otro capítulo de la vida.
Dolor
La muchacha tenía horas llorando, su cabello largo estaba hecho un caos, ahora el reloj daba las doce de la media noche. La culpa se apoderaba de ella, por esa vez que no quiso llamarla. El televisor estaba encendido, de esa forma no se sentía o intentaba no sentirse sola. Le dolía el alma. Su madre había viajado el día anterior al otro extremo del país, asustada; Camila también lo estaba. Horas antes no dudaba que su abuela se recuperaría pronto. Se equivocó, claro.
La chica sollozaba recordando las caminatas en las tardes calurosas, los regaños, las anécdotas que no se cansaba de escuchar y los desayunos más completos que cualquier almuerzo. Solo quedaban los recuerdos. El sonido del teléfono la sacó de sus pensamientos por un momento, tenía varios mensajes que decían “Feliz cumpleaños”. Pero ahora lo único que quería era un abrazo de la señora que volaba hacia lo más alto del cielo. Camila siguió gimoteando, enfrentó el duelo sola. En algún momento se quedó dormida.
Al día siguiente se sentía destrozada, pero fingía una sonrisa ante aquellos que la felicitaban. No quería que vieran su dolor, en ese aspecto es igual que Amalia.
Aceptación
En otro país del mismo continente dos hermanos se dirigían a la bahía. Sentían que debían despedirse de alguna forma y a la abuela le encantaba la playa. Estaban seguros de que antes de verse con Dios se desvió un poco para tomar sol.
Compraron flores silvestres y las lanzaron al mar mientras le decían cuánto la querían y que en algún momento se volverían a encontrar. El día estaba despejado, bonito y caluroso, como a ella le gustaba. En aquel lugar reinaba la paz y se escuchaba el cantar de los pájaros. Glorimar y Napoleón derramaron algunas lágrimas, sin perder la compostura. Fue un acto solemne, lleno de amor y cariño en el que conmemoraron, una y otra vez, el pilar importante que fue, es y será esa mujer para siempre en sus vidas.
La muerte nunca es bien recibida, nos enseña a soportar el sufrimiento y a vivir con él. De alguna forma siempre llevamos en nuestro corazón el luto de las personas que amamos y ya no están. Todos luchamos con el duelo de forma distinta, recordamos solo las cosas buenas, las malas pasan a segundo plano; nos convencemos de que alguien nos cuida desde arriba en todo momento. “Es el ciclo de la vida”, dicen algunos, pero eso no hace que duela menos.




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