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Error de cálculo. Por Ernesto Murillo


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Y aquí me encuentro, en mi salón de clase, mientras cabeceo del sueño a la vez que veo una clase de química, clase que muy probablemente no me servirá para el futuro que yo quisiera lograr, tal vez ser un actor o director de cine. Suena el timbre de salida del liceo, al fin puedo irme a mi casa. Me acerco a la profesora para consultarle sobre el último examen, ya los había entregado, pero con el mío hubo algunos errores de cálculo. Mis dos compañeros, con los que siempre me voy en el Metro, deciden esperarme en la puerta principal del liceo mientras hablo con la profesora. Ella sigue explicándome por qué se equivocó con mi evaluación, hasta que finalmente me comenta mi calificación final: un 15. La verdad esperaba una mejor nota, pero ya no podía hacer nada, simplemente le di las gracias y me retiré con dos puntos más.


Afuera de nuestro liceo había un lugar llamado Concha Acústica en el que algunos estudiantes se reunían para hacer tareas o practicar eventos. Esta vez practicaban. Mis compañeros y yo decidimos quedarnos un rato y conversar con ellos. Estuvimos unos cinco minutos hasta que decidimos marcharnos. Mientras nos alejábamos sentimos que, de repente, se hizo silencio y todos los allí reunidos se habían callado. Nos pareció raro, así que volteamos y, efectivamente, algo había pasado. Un tipo salía corriendo con un bolsito colgado de un lado y una brillante pistola se veía en una de sus manos. Otro lo esperaba en una moto, lo recibe y lo ayuda con los celulares. Los tres estábamos parados como unos idiotas sin saber qué hacer cuando el de la pistola nos vio. No dudó en mostrarnos el arma y preguntarle a su pana: “¿A ellos también les damos?”. “No, vale, vámonos ya, gafo”, le respondió el otro. Luego de ese cruce de palabras, arrancaron con su moto y se alejaron. Quedamos impactados, todo sucedió en segundos. Fuimos a ver a los chicos robados. Había de todo en sus caras: tristeza, rabia, impotencia, miedo. Yo solo pensaba que de haber estado allí más de cinco minutos, tal vez no tendríamos nuestras cosas. Un pequeño error de cálculo y estaría sin mis pertenencias.


De camino al Metro necesitaba creer que llegaría bien a casa. Mis amigos decidieron tomar camioneta, yo seguí hacia la estación, compré mi ticket y pasé el torniquete. Mientras esperaba el vagón pensaba en el Metro como un lugar extraño para enamorarse. Ideas locas, después de lo todo lo que había sucedido; supongo que era una manera inconsciente de distraerme y alejar la mente de lo vivido. Pero sí, claro que eso puede pasar.

Llega el metro e interrumpe mis pensamientos. Entro al vagón y me siento. De repente, aparece un chico corriendo y logra entrar antes de que las puertas se cierren. Decide sentarse a mi lado, me pongo nervioso sin saber por qué. Era increíble lo bien que olía, llevaba una de mis colonias favoritas de la marca Avon. Tenía un cuaderno abierto en sus manos, así que decidí voltear para ver qué tenía allí. Era hermoso: un dibujo de un paisaje muy bien detallado. Decidí saludarlo y presentarme. Por suerte él fue muy amable. Tuvimos varios encuentros y salidas después de conocernos.


Hoy, aunque pueda sonar increíble, ha pasado un poco más de un año y estamos muy felices con nuestro primer aniversario de novios. Y ese aniversario me hizo recordar que con un solo error de cálculo del destino no hubiese conocido ese día a mi pareja. Si la profesora no hubiese cometido un error con la nota de mi examen, no habría tenido los veinte minutos de charla con ella; sin el incidente con los malandros habría llegado al metro más rápido y no hubiese tomado el vagón en el que encontré alguien a quien amar.

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