Entre la esperanza y la melancolía. Por Angybel Abdel.
- ccomuniacionescrit
- 2 oct 2020
- 3 Min. de lectura
Me levanto, me cepillo, desayuno, estudio y me duermo… Me levanto, me cepillo, desayuno, estudio y me duermo…. Me levanto, me cepillo, desayuno, estudio y me duermo. La realidad ha pasado a convertirse en una plana de caligrafía. Antes gozaba del privilegio de quejarme de lo que parecía ser “rutina”, tener que salir todos los días y convivir con las personas era un fastidio, pero no contaba con que meses más tarde vería eso en retrospectiva anhelando poder tener el privilegio de siquiera elegir la ropa que me pondría para salir al día siguiente. Hoy los anhelos pasan a un plano tan simple como poder bajar a la panadería a comprar pan sin tener que usar como accesorio el tapabocas.

Creo que jamás en mi vida me hubiese planteado la pregunta de qué pasaría si tuvieras que estar meses encerrada en tu casa; creo que nadie se plantea la idea de vivir en confinamiento, suena muy abstracto y surrealista, casi como un cuento de princesas, en donde la doncella queda encerrada en la torre a la espera de que un príncipe azul pueda ir a rescatarla de la bruja malvada. Solo que en este caso la bruja malvada es microscópica y el príncipe azul es una cura que hasta ahora nadie conoce...
-Yo trato de hacer ejercicios -me comentaba un amigo- para distraerme y no pensar en el encierro. Yo me pregunto: ¿Cuánto ejercicio? Me imagino que se la pasará el día entero haciendo abdominales o flexiones; porque he intentado de todo, meditación, ejercicio, artes culinarias e incluso hasta probé con el dibujo, pero por más actividades que me invente sigo sintiendo ese vacío, el vacío que ha dejado una huella en todos los que no podemos reencontrarnos con el exterior, en todos los que solo podemos ver el paisaje desde una ventana, en todos los que despertamos cada día con la esperanza de que en las noticias digan ¡Hemos encontrado la cura!
Cada día inicia de la misma manera, al abrir los ojos veo el mismo techo de color blanco, tomo el mismo vaso de agua tibia, preparo las mismas arepas redondas, me sirvo la misma tasa de café guayoyo y me siento a estudiar en la misma mesa y la misma silla que van incomodando en el transcurso del día. Lo único que no se ha mantenido constante han sido las emociones, entre la esperanza y la melancolía.
Recuerdo un día que pasé meditando y haciendo ejercicios de reflexión, era casi como un retiro espiritual; otro día me levanté llorando, no sabía si era por la pesadilla que acababa de tener o por la ansiedad de no saber cuándo acabaría o cuánto más iba a soportar en el encierro. Todo sería más fácil si al menos tuviésemos una fecha, si al menos nos dijeran cuánto más va a durar.
Hoy encendí la televisión para no sentir la soledad en la cual está inmersa la casa, al fondo se escuchaba lo mismo de siempre, aumentan los casos, aumentan las muertes, fallan las pruebas de vacunas, radicalizan la cuarentena… Pero nadie dice cuánto falta. No pierdo la esperanza en que un día me levantaré, me cepillaré, desayunaré y saldré de mi casa, sin tapabocas, sin antibacterial, sin miedo a estar en la calle hasta una hora límite y volveré a mi cama con la única seguridad de que el día siguiente no será igual al anterior.




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