El vuelo. Por Luis Enrique Pacheco.
- ccomuniacionescrit
 - 18 sept 2020
 - 3 Min. de lectura
 

Nunca imaginé que habría pisado cuatro países distintos en un periodo menor a cuatro meses, Colombia, México y los Estados Unidos, sin dejar por fuera mi punto de partida: Venezuela, el país de Nunca Jamás.
A Venezuela, mi hogar, por más propio que sea y que siempre se resalten las bondades de este, no dejo de verlo como un hogar convulsionado, inestable y disfuncional. Pasar una noche en el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar es una experiencia que no le deseo a nadie. Recuerdo como mi mamá me decía “Tenemos tres opciones, nos turnamos para dormir, dormimos los dos y nos arriesgamos a que nos pase algo o no dormimos”. Yo decidí no dormir, porque al sentarme en el avión caería como piedra, mientras que ella tenía que volver a casa, casi a pie. No le gusta llevar el carro a La Guaira.
En Colombia tuve la oportunidad de conocer bastante a Bogotá, donde reside mi papá actualmente, una ciudad similar a Caracas por las montañas a su alrededor; a mi parecer, con un clima mucho más agradable, pues soy un amante del frío, el café y el chocolate caliente. El imponente Monserrate me hizo sentir como si me encontrara en la propia Caracas, lo único que extrañé al estar en la cima fue la brisa costeña. En Bogotá el frío y la lluvia están a la orden del día.
México, Ciudad de México, ciudad calurosa y movida, ciudad picante. También recorrí Ciudad del Carmen, las hermosas, largas playas cristalinas de Cancún y las pirámides de Chichén Itzá. De la capital siempre voy a recordar un paseo por estos buses de dos pisos; mi papá, mis hermanos y yo nos bajamos en el bosque de Chapultepec… para mí fue como entrar a un cuento de hadas; burbujas, animales y trapecistas, por llamarlos de alguna manera, eran las atracciones principales del bosque-parque. En un quiosco uno de mis hermanos se antojó de una chupeta. “Papá, la chupeta es picante”, digo. Mi papá hace caso omiso, riéndose, e igual le compra la chupeta. No pasaron diez minutos y, como una caricatura, mi hermano tenía la cara roja. Mi papá y yo nos reímos mientras le buscamos agua y terminé disfrutando yo la chupeta picante… Sí, también amo el picante.
Estados Unidos de América, el sueño de muchos, para mí fue un cambio radical. No solo otro idioma, el inglés, que domino tanto como el español… La libertad de poder pasear por donde sea con mi celular en la mano, perderme en las calles hasta altas horas sin temor a que me pasara algo. Podía ir desde la casa de mi tía hasta el centro comercial, el college o el Mc Donald’s más cercano, que eran mínimo unos cuarenta minutos en bicicleta, la dejaba en uno de esos puestos para bicis y tenía la seguridad de que la iba a encontrar ahí al volver.
Para algunos un viaje a otro país solamente significa tomarse fotos y ya, para mí es mucho más que eso; para mí un viaje es soltar mi imaginación, olvidarme de todos mis problemas, ver las cosas desde otro ángulo y aprender más… no solo del país que visito, sino de mí mismo, me despojo de prejuicios e ideas erróneas que pude haberme formado antes.
Vivo en el país de Nunca Jamás, donde todo puede ocurrir de la forma y en el momento que menos esperas... Y yo, como Peter Pan, no solo logro volar físicamente, también dejo volar mi mente.




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