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El que se enamora pierde. Por Angybel Abdel.

Parece una historia de película. Miranda, a quienes sus amigos por cariño llaman “Miri”, hace poco que salía de una relación, ella juraba que ese hombre era el amor de su vida. “Pensé que nos casaríamos, ya idealizaba cómo sería el vestido. Quién diría que en un mes se acabaría mi relación de 6 años”.

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Miri es una chica como cualquier otra de su edad, un poco tímida, pero sumamente hermosa; su cabello de rizos dorados y su sonrisa atraparían a cualquier hombre, y ella es muy consciente de ello. Desde que terminó con aquel príncipe azul se ha encargado de ilusionar a muchos hombres con su encanto natural. “Mientras estoy soltera quiero conocer a muchos hombres y disfrutar de ellos, pero claro, sin el compromiso”.


Ha estado con todo tipo de hombres, desde altos y musculosos, hasta bajitos pero simpáticos; sin duda sabe cómo salirse con la suya, pues con esa carita de inocencia nadie imaginaría cuántos corazones ha roto. “El último que conocí fue hace como seis meses, alto, blanco, de rasgos europeos, ese hombre tiene un sex appeal que me derrite, sin duda estaba dispuesta a conquistarlo”.


Ella, como hacía con todos, comenzó a hablarle con cualquier pretexto, a veces le pedía ayuda con las tareas y otras veces le pedía consejos sobre moda. “Los hombres son muy básicos, uno solo debe hacerse la tonta y empezar a sacarles información para usarla a su favor”.


Con el tiempo logró su cometido, ya había salido con él un par de veces y gozado de ese irresistible encanto que él tenía. Como con todos, luego de salir los convertía en sus amigos, para no perder la confianza y la costumbre, “porque más vale tenerlos allí de reserva que dejarlos ir”.


Y ella tenía muchos de reserva, los tenía de todos los gustos y colores, morenos, blanquitos, altos, bajitos, musculosos, delgados, catires ojos azules y morenos con una mirada intensa ¡Todo lo que buscaras!


Sus amigas la admiraban. “¿Cómo es que siempre logras conquistarlos?”, le preguntaban con envidia, a lo cual ella siempre respondía que la clave era no enamorarse. “Miren pueden hacer todo lo que quieran, hablarles de lo que sea y salir a donde deseen, pero nunca se enamoren, porque el que se enamora pierde”. Sus amigas, confundidas, seguían sus consejos.


Siempre le preguntaban por el europeo, porque todos saben lo que dicen de los europeos: muy románticos, pero les gusta andar picando de flor en flor. “¡Qué va! -respondía sobrada- a ese europeo me lo como un par de veces y después lo dejo, recuerden que yo soy la que tiene el control”.


Y así pasó, ella estaba dispuesta a cumplir con su cometido, pero vaya que se le hizo difícil. Ese europeo tenía todos los encantos, y no solo por sus músculos y las pecas en su rostro, sino por lo jocosa que era su personalidad ¡Vaya europeo!


Transcurrieron unos meses y cada vez se le hacía más difícil dejarlo. Primero trató de insinuarle que salía con otros; pero sería una mentira, ya que desde hace cuatro meses solo veía al europeo, y Miri no era muy buena mintiendo. Luego trató de dejarlo por las malas, pero el europeo le hizo una mala jugada enviándole flores y chocolates a su casa. “Era encantador” -expresaba con una mirada perdida mientras suspiraba.


“Un día me di cuenta de que ese bendito europeo me volvía loca, me movía el piso sin siquiera haberme dado un solo beso, pensaba en él día y noche, y sí, me costó entender que me había enamorado luego de tanto tiempo”.


Ella sabía qué debía decirle al europeo, porque él también tenía interés en ella, total, ya hasta habían amanecido juntos en la misma cama. “De seguro ese también esta enamoradísimo de mí”.


“Recuerdo bien ese día –decía mientras miraba al piso- le dije para vernos en el café de siempre, estaba segura de que ese día nos iríamos al hotel siendo más que amigos”.


Fue en ese momento cuando llegó el europeo y se bajó de su camioneta, portando chaqueta de cuero, unos jeans y zapatos blancos. “Aquel hombre parecía toda una estrella de Hollywood, pero la única estrellada sería yo, pues ese día, luego de haberle confesado lo que sentía, me dijo que yo solo era una amiga para él, que lo que hicimos no significaba nada, y que desde un inicio él siempre supo cuáles eran mis intenciones”.


Desde ese momento mi amiga Miri entendió que no pierde el que se enamora, sino el que juega a enamorar.

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