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El mejor desayuno de mi vida. Por Frank Garrido


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Era un viernes por la noche: amigos, discotecas, carro, licor. Era un plan perfecto para ir a Las Mercedes. Llame a mi mejor amiga, Francis y le dije que se arreglara porque íbamos a “Marbella” una discoteca en Las Mercedes y que no podíamos faltar, ya que había reservado. Ella aceptó de inmediato y a las diez de la noche ya estaba en la puerta de su casa en las residencias 905 en Altamira. Se montó en mi carro, puso música a todo volumen y empezó a cantar a todo pulmón, hasta que llegamos a “Marbella”. Estacioné el carro de retroceso justo al lado de una camioneta Toyota Fortuner blanca, nos bajamos y nos colocamos en la fila para entrar a la discoteca. Estaba extremadamente larga, tanto que daba la impresión de que era gratis entrar. Finalmente, después de media hora nos buscan en la lista de reservaciones y nos piden la cédula laminada. En ese momento comienza la preocupación de ambos porque Francis era menor de edad. Ella había falsificado su cedula con photoshop cambiando su fecha de nacimiento.

Le doy mi cedula al de seguridad, la revisa y me busca en la lista; finalmente me dice “Bienvenido a ‘Marbella’, pase adelante”. Francis me ve y entiende la seña que le hago para que esté tranquila. Le dije “te veo adentro”. Fueron los dos minutos más largos, mientras esperaba del otro lado en una fiesta de luces, licor y música a todo volumen. La desesperación de saber si la cedula falsa iba a servir me tenía ansioso y me tomé el primer trago de güiski como si fuese agua. Cuando la vi entrar, fue un alivio total.

Ahora sí, a disfrutar de la fiesta como Dios manda. Pedimos una ronda de birras, una botella de vodka de limón y una de güiski. Mucho alcohol para solo dos personas, así que empezamos a socializar con los demás y rápidamente nos hicimos amigos de un grupo de chamos como nosotros. Parecía que los conocíamos de toda la vida por la gran conexión que tuvimos. Ellos pidieron dos botellas de ron Diplomático y fue en ese momento cuando el licor, las ganas de bailar, de tomar y de disfrutar sobraron en el ambiente.

Nuestros nuevos amigos y nosotros dos nos paramos a bailar, la discoteca estaba a reventar y la pandemia ya no era el tema de qué hablar. Los tapabocas fueron a dar en nuestros bolsillos y carteras, era un desastre total, pero había que disfrutar. La noche pasaba y los tragos iban y venían sin parar, como si de una pelota de futbol se tratase. Francis, superfeliz, tomando y bailando con uno de los nuevos amigos, mientras que yo hablaba de todo un poco sentado con dos amigas y un amigo.

Dieron las cuatro y media de la mañana y el licor se había acabado y ya los pies dolían de tanto bailar. Todos nos sentamos alrededor de la mesa cuadrada a descansar un poco y una de las amigas nuevas dijo “ojalá no nos hayamos contagiado”. Todos nos reímos y caímos en cuenta, después de horas, que había una pandemia. Finalmente, como a las cinco de la mañana decidimos irnos y Francis me dijo “Frank, él me va a llevar a mi casa”. Vi su expresión y entendí inmediatamente lo que quería. Volteé y miré a quien la iba a llevar: uno de los chamos que habíamos conocido. Entonces le dije “cuídamela muy bien. Es mi mejor amiga y es como mi hermana, por favor mucho cuidado”.

Los seis nos levantamos y caminamos hacia la salida, mientras yo le preguntaba a Francis si estaba segura de lo que hacía. Ella me dijo que no me preocupara, que si no estuviese segura no lo haría y que cualquier cosa me llamaba. Así que, aunque estaba nervioso, confié en ella y en el nuevo amigo. Llegamos a la salida juntos y le pregunté al nuevo amigo de Francis “¿Cuál es tu carro?”, me respondió “la Fortuner blanca de allá”. Enseguida me di cuenta de que era la camioneta al lado de la cual estacionamos al llegar. Todos nos despedimos: dos amigos y una amiga se fueron en su carro, Francis y su posible “novio” en la Fortuner y yo en mi carro, preocupado un poco por mi mejor amiga, tomado y con el Covid-19 posiblemente en mi cuerpo haciendo estragos. Eran las cinco de la mañana y yo iba manejando por Las Mercedes.


***


Tres cuadras más allá de “Marbella” veo un restaurante –“Solar del este”– y mi estómago no lo pensó dos veces en avisarme que quería ir. Le hice caso y entré a comer. Un lugar muy bonito, agradable, con música llanera de fondo y, para mi sorpresa, mucha gente de la discoteca comiendo ahí. Me llevaron a una mesa para dos, pero solo estaba ocupada por mí. Me trajeron la carta, pero el olor a arepa recién hecha hizo que sin pensarlo mucho le dijese al mesonero “tráigame una arepa de carne mechada y una de ensalada de gallina”. A los diez minutos ya tenía mis dos “mostros” de arepas. Cuando estaba terminando de comer la de carne, una chica me tocó el brazo izquierdo y me dijo “hola, tú estabas en Marbella, ¿no?” Y le respondí “sí, mucho gusto, Frank”.

Empezamos a hablar de cómo estuvo el ambiente y de cómo la pasamos, hasta que le dije “¿te quieres sentar?”. Me respondió que estaba con su prima, pero que ella había ido un momento al baño y que le daba pena sentarse conmigo. Logré que aceptara y la mesa para dos se convirtió en para tres. Los dos seguimos hablando y riendo hasta que la prima volvió del baño y me la presentó. Teníamos rato hablando y ella nunca había mencionado su nombre, se lo pregunté y me dijo “disculpa. Mi nombre es Teresa y mi prima se llama Paola”. Finalmente comimos arepas Paola, Teresa y yo. Nos conocimos un poco más, reímos e intercambiamos números. Mi mejor amiga me había pasado un mensaje avisándome que ya estaba en su casa y que todo estaba bien, mensaje que no había leído y que no respondí, ya que Teresa ocupó toda mi atención.

Y lo que empezó como una salida con mi mejor amiga, terminó siendo el mejor desayuno del mundo con la que ahora es mi novia.

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