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El mariachi. Por Danielys Pérez


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Todos tenemos algo que contar. La siguiente historia es hermosa, dolorosa y, en ocasiones, decepcionante. Pero a medida que se desarrolla surge la certeza de que algo mejor vendrá.

Hace cuatro años conocí a Mariano, un hombre de mirada cautivadora y agilidad para los negocios. Aparentaba unos treinta y dos años de edad. Su forma de socializar lo mostraba vanidoso y seguro de sí mismo. Provenía de una familia adinerada, dedicada a la política. Era dedicado y estudioso. Sin embargo, no había aprendido nada sobre la vida, creció con principios y valores, sí, pero la vida le enseñaría la otra cara de la moneda. ¿A qué me refiero con “la otra cara de la moneda”? ‒se preguntarán.


Mariano, guiado por su abogado, también amigo, tuvo que salir de su país, Estados Unidos, por una traición que él desconocía. Una noche, de forma inesperada, dejó a su familia y amigos y partió a un país escogido al azar, Colombia. Este episodio le demostró quiénes le eran fieles y quiénes nunca lo fueron. Fue despreciado, recibió cualquier cantidad de golpes y de tenerlo todo pasó a no tener nada.

Sentí curiosidad por conocer todo sobre esta travesía. Mariano, con rostro afligido y nostálgico, se dispuso a contarme las experiencias vividas. Mientras caminábamos por un estrecho y largo camino de piedras, observábamos la vegetación y podíamos sentir el clima fresco. Sin más, le pregunté:


‒¿Por qué te fuiste de tu país? ¿Cómo fue estar en Colombia?

‒Estaban acusándome de un delito que no cometí, lavado de dinero, sabía que era un error partir de mi país porque eso solo justificaría mi culpabilidad. Pero mi abogado sugería que era lo mejor hasta que se aclarara todo. Estar en Colombia fue lo mejor que pudo haberme pasado, en medio de mi tragedia. Ahí conocí la vida, conocí el amor, la decepción, el valor de cada sacrificio y el significado de la verdadera amistad.

Mariano o Santiago fue traicionado por su cuñado, socio y abogado; usaron su empresa para operar el delito por el cual lo culparon. Él, destrozado al enterarse, no podía hacer más que callar y seguir bajo perfil porque amenazaban de muerte a su familia. Sus supuestos amigos estaban libres, mientras él sufría una gran decepción. Su padre empezó a dudar de su inocencia y, con todo el dolor del mundo, le dio la espalda.

‒¿Cómo hiciste para sobrevivir? ‒pregunté.

‒Al poco tiempo de llegar a Colombia me robaron lo poco que traía conmigo, incluyendo el pasaporte, así que era un hombre sin papeles y sin dinero. Esa noche, estuve buscando un teléfono para comunicarme con mi único amigo y contarle mi situación. Ya me había dado por vencido hasta que la vi a ella: un ángel, mi ángel vestido de mariachi; la luz que siempre, siempre, iluminó todas mis noches tristes y aclaró todos mis días, la luz que nunca se apaga… Aurora, mi lucero. Fue ella quien me tendió su mano sin conocerme, me ayudó a encontrar un espacio en donde quedarme e intercedió por mí con su jefe para que me diera la oportunidad de trabajar. Gracias a ella descubrí mi pasión por cantar, conocí a un grupo de personas que demostró ser más que mis amigos y, lo más importante, aprendí lo que es amar con locura. Aurora es el amor de mi vida.


La historia tiene muchos altibajos. Mariano tuvo que disfrazar su nombre y su pasado para protegerse y no hacerle daño a quienes entonces lo rodeaban. Esto se volvió para él un reto porque era buscado por la Interpol. Su cuñado fue el único que se atrevió a hablar con él, se sentía miserable después de todo el daño que le había causado. Aquellos enemigos con los que el cuñado se relacionó fueron los causantes de su muerte, devastadora para todos; lo más insólito fue que los oficiales relacionaban a Mariano con esa muerte. Y él no había tenido nada que ver.


Conforme pasó el tiempo, Mariano ya había hecho una vida, pero se expuso demasiado y lo capturaron, lo extraditaron y empezó su proceso penal. La amenaza seguía atormentándolo, ya no se trataba solo de su familia, sino de sus amigos y su novia a quien dejó destrozada en Colombia. Esta situación lo resignó a que nunca más saldría de la cárcel, pero el tiempo de Dios es justo y necesario. Poco a poco las piezas del rompecabezas encajarían en donde era y así, finalmente, se aclaró todo.


La noticia se hizo viral en todas partes y sus amigos, en especial Aurora, esperaban con ansias su regreso. Sin embargo, se hicieron a la idea de que Mariano retomaría su vida llena de lujos, viajes y se olvidaría de ellos ahora que era totalmente libre.


Pero Mariano les tenía una sorpresa, ¡y vaya sorpresa! El bar donde trabajó durante su fuga, había sido clausurado por una mala administración, cada empleado tuvo que rehacer su vida en otros lugares, sin éxito alguno. Mariano contrató a un apoderado para que preparara su regreso con la condición de que reuniera a todo el grupo, recuperara su traje de mariachi y los dueños del lugar estuvieran presentes.


Todos estaban extrañados y alegres de que alguien hubiese reabierto el bar. Aún no conocían al misterioso propietario. El grupo recibió una petición: que cantaran “Volver, volver”. Nostálgicos por la ausencia de Mariano, empezaron a tocar la melodía y, justo cuando el vocalista iba a pronunciar el primer verso, Mariano se adelantó y empezó a cantar. Aurora, junto con el público, buscaba la voz que cantaba; finalmente la encontraron al fondo. Estaban conmocionados, llorando de alegría y felicidad. Sin duda alguna, Mariano supo sorprendernos a todos.

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