El hombre que salvó al mundo. Por Alejandro Santiago.
- ccomuniacionescrit
 - 30 sept 2020
 - 2 Min. de lectura
 

Me conocen como Stanislav Petrov, fui un soldado soviético mundialmente conocido por estar involucrado en el incidente del equinoccio de otoño, que quizás pudo ser el inicio de una guerra nuclear mundial.
Era un 26 de septiembre de 1983 en la antigua Unión Soviética, recuerdo que el día estaba bastante nublado y nada parecía fuera de lo ordinario. En ese entonces yo era un teniente coronel de las Tropas de Defensa Aérea de mi país y tenía la importante labor de estar supervisando el radar de alerta temprana nuclear, que llamábamos Oko.
Mi equipo y yo nos encontrábamos en nuestros rutinarios puestos de trabajo cuando de un momento a otro, empezamos a escuchar la ruidosa alarma que provenía de nuestro radar, la cual nos indicaba que había detectado el lanzamiento de cinco misiles nucleares provenientes de los Estados Unidos. Mi equipo inmediatamente siguió el protocolo de emergencia, anotamos la bitácora y llamamos al Estado mayor para que nos ordenara qué hacer.
Estuve muy nervioso cuando noté que se dispararon las alarmas, no podía creer que en realidad había comenzado una guerra nuclear, pero siempre tuve mis dudas, ya que yo sabía que este sistema antimisiles tenía unos cuantos errores y, por ende, creí que se trataba de un fallo de la máquina, pero igualmente debimos avisar al alto mando. Ellos nos dieron la orden de atacar inmediatamente mientras aún tuviéramos la oportunidad, ese mandato me heló la sangre, significaba que yo sería participe en la muerte de millones de personas y si el radar, en realidad, estaba fallando nosotros habríamos sido los que incitamos a que comenzara una guerra nuclear.
Todos mis camaradas habrían aceptado disparar, porque sabían lo que significaba desobedecer una orden directa; pero yo dije ¡No!, aun consciente de todos los riesgos que esto conllevaba.
Escuché sonar el teléfono en muchas ocasiones, me estaban llamando otros generales, el jefe de la KGB e incluso el secretario general, pero a todos les dije que no lanzaría ninguna represalia. Pasaron veinte minutos y la sala estaba en calma. Mi cara de terror y las de mis compañeros eran imposibles de ocultar. El teléfono volvió a sonar, y finalmente dieron la noticia: el radar Oko había fallado y todo era una falsa alarma.
Después de esto el Estado me sometió a muchos interrogatorios. Trataron de apresarme, pero ellos mismos pensaban que era algo injusto, ya que yo había detenido la destrucción de la vida normal que conocemos, así que solamente me relevaron de mi puesto y ocultaron mis acciones para no debilitar al partido. Pasaron muchos años sin que nadie supiera que detuve esta guerra nuclear, hasta que un general, que era un gran amigo, en los años 90 decidió revelar este evento.
Cuando todos me preguntan por qué decidí desobedecer las órdenes de mis superiores, siempre les digo lo mismo: la gente no empieza una guerra nuclear con solo cinco misiles.




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