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El frustrado estreno. Por Sandra Mata.


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Allí estábamos todos juntos, como decía la primera canción del musical, meses antes del estreno. Íbamos a presentar High School Musical en varios teatros de Caracas y debíamos ensayar para que todo saliera perfecto. Un grupo de adolescentes de entre quince y dieciocho años había ensayado diariamente, por meses, tres horas al día. Los ensayos estaban llenos de alegría y cansancio, se sentía cómo todo iba por buen camino y cómo nos estaba quedando perfecto.

Seríamos el primer grupo de teatro en Venezuela en adaptar y presentar ese musical en español. Teníamos los derechos comprados a Disney, estábamos realmente satisfechos con lo que hacíamos. Todos juntos para arriba y para abajo, de una casa a otra, cambiando nuestras horas de comer, haciendo tareas del liceo en los breaks.

Estábamos tan obsesionados con el musical que hacíamos pijamadas en la casa de la directora y pasábamos las canciones, arreglábamos las notas, pulíamos las voces. Bailábamos en la sala hasta que ya era muy tarde para seguir, porque reclamarían los vecinos. Todo un trabajo lleno de amor y disciplina.

Un mes antes del estreno

Ese año habría elecciones y eso nos había obligado a adelantar las fechas, lo que incrementó los nervios y la ansiedad. El profesor Armando, bailarín y coreógrafo, nos hacía pasar una misma coreografía duante las tres horas de ensayo “¡Qué sentido tiene pasar a la siguiente si aún esta tiene fallas!”, decía.

La tensión aumentó y se resentía un poco la felicidad, parecía que nos estuviera acosando un reloj gigante cuyo segundero solo hacía que nos diéramos cuenta de que no teníamos tiempo suficiente. La productora empezó a ser invasiva, cargaba un mini costurero encima y nos arreglaba el vestuario cuando lo teníamos puesto, nos gritaba cuando algo no estábamos haciendo bien, nos llamaba en medio ensayo para medirnos una camisa, un pantalón o unos zapatos, lo cual también hacía que se torcieran los gestos de los profesores con los que teníamos ensayo porque ese era su tiempo, aunque la realidad era que, precisamente, era tiempo lo que faltaba.

A veces, mientras ensayaba alguien en particular, podía escucharse a los otros recitando sus líneas muy bajito junto al piano o tal vez detrás del ciclorama, incluso en las butacas del teatro; algunos bailaban juntos en el lobby para mejorar los pasos más difíciles de alguna coreografía y otros lloraban sentados en los bastidores o en el baño.

Ensayo general

Días antes nos habían dicho que nos presentaríamos en el Centro Cultural Chacao. El ambiente estaba más tenso que nunca porque todo el mes anterior las protestas en la zona de Chacao no habían parado. Además, éramos casi todos menores de edad, lo que se había convertido en una preocupación tanto para los padres como para los profesores.

Estábamos llenos de esperanza y queríamos que nuestro esfuerzo valiera; el Teatro de Chacao era un sueño para nosotros, niños petareños que no habíamos salido del César Rengifo, un teatro de la zona donde habitábamos. Nada nos detuvo y ese día tuvimos nuestro ensayo con todo, vestuario, canciones, escenografía e incluso algo de público invitado. Al final, el ensayo salió mal: tumbamos cosas, omitimos textos, tropezamos en las coreografías, nos gritamos en escena. Lloró mucha gente entre bastidores y camerinos, todo había sido un completo desastre.

Ese día nos fuimos igual de esperanzados y con expectativas enormes porque “todo saldría

mejor con público presente”. En el teatro hay una creencia según la cual si algo del ensayo general sale mal es porque el estreno saldrá bien.

El estreno

Muy temprano llegamos al teatro. Listos y dispuestos, corrimos al escenario. Faltaban como diez horas para el estreno y nos dedicamos a arreglar todo y ensayar, probamos equipo técnico para que todo funcionara bien.

El ensayo había salido hermoso y el día estaba igual de bien; por fin nos presentaríamos y los malos ratos habrían valido la pena. Ese día Chacao estaba muy tranquilo, las personas habían ido a sus trabajos y los jóvenes a sus colegios. Nos habían dicho que iba a ser una función privada y que la sala estaría llena. Tomamos un descanso y almorzamos, bajamos a los camerinos y solo nos quedaba esperar.

En todo este tiempo de espera nada bueno pasó. En Chacao había protestas, cerraron todas las puertas para evitar que el gas lacrimógeno entrara; minutos después la lluvia se hizo presente y cayó aquel aguacero.

Como si no fuera suficiente, la fiebre se apoderó de mi cuerpo y vino acompañada de tos, náuseas y un dolor de huesos muy feo. Aun así, nos presentamos y, en lo que sería una sala llena, hubo solo treinta personas, entre esos mi mamá que no dejaba de verme. Yo, cada vez que salía a los bastidores, lloraba y tomaba agua, me secaba las lágrimas y entraba al escenario a actuar. Al finalizar, cada uno se fue a su casa como pudo. Ese día, aunque no fue como lo planificamos, lo dimos todo.

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