El encierro nos regaló más tiempo junto a él. Por Angélica Campanielli Villamizar
- ccomuniacionescrit
- 3 sept 2021
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El 13 de marzo del 2020 empezó la cuarentena en Venezuela, país en el que habito. Nos habíamos preparado psicológicamente para lo que debíamos afrontar, puesto que mi familia paterna se encuentra en Italia, uno de los países más afectados cuando se desencadenó el virus. Mis tías y mi nonna llamaban todos los días pidiéndonos encarecidamente que no saliéramos de la casa, que nos resguardáramos; sin importar la situación debíamos permanecer alejados de las calles y así fue un tiempo.
Con el pasar de los días, la convivencia comenzó a costar un poco más. Mi papá, un hombre italiano, bajito, regordito, con mal genio pero gran corazón, estaba acostumbrado al trabajo. Asimismo, siempre tenía espacio para hacer lo que más amaba, cocinar. Fue siempre un hombre muy familiar y nos involucró mucho en su labor, pero había momentos en los que se agotaba por estar todo el día sentado en un sofá, saturado de tanta información a nivel mundial, viviendo en un país en el que “nunca pasa nada” y donde la gente no aceptaba la realidad.
Por otra parte, mi madre una mujer caribeña, alta, de alma resplandeciente y buenas vibras ante cualquier situación, estaba muy acostumbrada a permanecer en la casa con mis dos hermanos menores, haciendo oficio, tareas del hogar y ayudándolos a adaptarse con sus clases online. Eran dos realidades distintas, pero, como todo, era cuestión de costumbre.
Mi papá utilizó ese tiempo sin poder trabajar para crear recetas y consentirnos muchísimo con la comida —aumentamos un poco de peso—; mis hermanos buscaban juegos en internet y los recreaban para jugar en familia; vimos muchísimas películas y series; aprendimos a hablar el idioma natal de mi papá, el italiano; mi mamá intentó enseñar a bailar salsa a mi papá, porque a pesar de ser muy hábil con las manos, tenía dos pies izquierdos. Recibimos muchísimos consejos, nos contaron sus vivencias, viajes, vimos fotos antiguas, conocimos de forma virtual a amigos de mi papá que viven fuera del país, nos acercamos más a nuestra familia europea. Días que antes veíamos aburridos se volvieron sumamente especiales en nuestras vidas.
Para el cumpleaños de mi papá, un 28 de octubre, fuimos a la playa llamada Osma, ubicada más allá de las costas guaireñas; para ese entonces, ya se había flexibilizado un poco la cuarentena a propósito de la pandemia. Fue un día mágico en familia. Ninguno de los cinco jamás pensó que sería nuestro último día de playa juntos. Casi al mes, mi papá se reunió con sus amigos por su cumpleaños y el de otro señor. A partir de ese día, todo se fue cuesta abajo, pues al día siguiente mi papá empezó a presentar síntomas de COVID 19 sin sospechar que podía llegar a serlo. Por eso, no sabíamos si llevarlo a la clínica o dejarlo en casa. Llamamos a muchos amigos médicos y nos recomendaron que recibiera asistencia, lo llevamos a emergencias el 21 de noviembre. Le costaba mucho caminar e inclusive a hablar por falta de aire en sus pulmones, que estaban congestionados.
Ese mismo día en la noche, mi papá envió dos vídeos: uno a los amigos con los que compartió en la reunión para que supieran cómo estaba su salud y tomaran sus precauciones, y otro a mí, diciéndonos que nos amaba y pidiéndonos que nos cuidáramos mucho. Si me preguntan, siempre pensaré que mi papá ese día se abandonó a causa del miedo que tenía debido a todo su conocimiento con respecto al virus; estaba lleno de miedo y esos mensajes fueron una despedida. Quizás presintió que jamás saldría bien de ahí.
Pasó veintinueve días en la clínica: catorce en terapia intensiva con un respirador y los otros quince intubado. A lo largo de esos días presentó muchas patologías que jamás en su vida había padecido, era algo inexplicable, no pasó más de tres días bien… Realmente fue un infierno. Día y noche en la sala de espera del piso de la terapia para estar al tanto de la situación; estar ahí para él, para que jamás estuviera solo.
El 19 de diciembre de 2020, nos llegó la llamada dando la noticia de que mi amado padre, mi luz, mi norte, el amor más grande que he tenido, había partido de este plano terrenal; luego de tanto luchar, tanto dolor, tanto miedo, ansiedad y angustia, pudo descansar. Como su hija puedo decir que mi papá fue un hombre tan bueno, que lo que más merecía para ese momento era descansar. Y, con todo el dolor de mi alma, lo acepté y me despedí de él físicamente, porque siempre estará en mi corazón.
Sinceramente, con todo y no poder salir, jamás me sentí encerrada. Puedo decir hoy en día que agradezco haber estado ocho meses con mi papá, mi mamá y mis hermanos todo el día, eso nos dio la oportunidad de disfrutarlo sin esperar nada de lo que pasó. A veces no les prestamos atención a las cosas importantes por “falta de tiempo” y en realidad es por no querer hacerlas, así que para mi familia no hubo excusas, no existió un no quiero, no tengo tiempo, simplemente decidimos tener tiempo de calidad y construir recuerdos memorables en nuestra casa que quedarán para toda la vida.
PD: Como estudiante de la escuela de Comunicación Social, he tomado las oportunidades que me ha brindado la carrera para afrontar la situación que estoy pasando: la pérdida del ser más bondadoso y mi primer amor más grande, mi padre. Ha sido difícil, pero con esta clase de asignaturas he podido desahogarme y mirar lo de mi papá de otra forma; esto que escribo es gracias a él, así como todo lo que soy y lo que aspiro ser. Me ha costado mucho encontrarme estos últimos meses, pero espero salir adelante para que mi papá, donde quiera que esté, se sienta orgulloso de mí.




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