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El día en que la tormenta acabe. Por María Josegh Lara.


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Otra noche sin dormir. Estoy aprovechando la poca señal que llega a mi teléfono para descargar los archivos de la próxima semana. Hoy ha sido un día lluvioso, y con tres apagones sorpresivos; probablemente el acceso a internet sea pésimo y las descargas duren más de lo normal. Lo mejor será escribir. Tomaré este archivo blanco de word y lo llenaré con las experiencias que he vivido durante esta cuarentena.

Cómo olvidar ese trece de marzo. El día en que nuestro queridísimo presidente anunció la presencia del Coronavirus en Venezuela. El confinamiento obligatorio empezó por Caracas y fue extendiéndose como pólvora por todo el país. Todos los días el profano decía algo nuevo y brindaba datos contradictorios. Luego le cedió el puesto al psiquiatra del pueblo y a su hermana para que siguieran con la misma dinámica. Así es, la información “oficial” fue tomada como pelota por todos los integrantes del tren de gobierno. Pero bueno, esa incompetencia no es de ahorita, solo que el virus la ha hecho notar aun más.

En los primeros días de confinamiento acompañé a mi madre al mercado y escuché gritar a través de un megáfono palabras poco cultas, me di media vuelta y vi a los funcionarios vestidos de verde. Gritaban y amenazaban reiteradamente al pueblo. Eso fue una demostración más de que los ciudadanos de Venezuela no estaban preparados para una pandemia. Esa misma tarde, me topé con una fuerte imagen en las redes sociales; se trataba de una joven embarazada comiendo de la basura. Ambas situaciones me dieron la oportunidad de crear un guión de cortometraje llamado “Pandemia en crisis”, donde le di rienda suelta a la imaginación y tomé los pequeños fragmentos reales que podía ver desde la ventana para unirlos de forma armoniosa y creativa.

¿Y qué hay de los días llenos de melancolía? Esos también son parte del confinamiento y han querido dominar mi vida últimamente. Hay días en los que solo quiero dormir y creer que esto es una pesadilla. Días en los que me desespero y empiezo a buscar información sobre la vacuna contra el virus. Días en los que lloro por no poder abrazar y compartir con mi familia y amigos aun teniéndolos en el mismo país. Días en los que temo porque se vaya la luz. Días en los que no puedo ver las clases por no tener conexión a internet. Días en los que tengo que pararme a las tres de la mañana para descargar los archivos de la mañana siguiente. Días en los que me invade la nostalgia y empiezo a extrañar mi vida antes de la pandemia.

En este mes entrante ya serán cinco meses de confinamiento. Cinco meses llenos de incertidumbre, temor y ansiedad. Cinco meses que se han esfumado rápidamente. Cinco meses en los que he experimentado las dos caras de la moneda: la felicidad por las metas que he logrado y la nostalgia por no hacerlo de forma libre y presencial.

Algunos dicen que será como las antiguas pandemias, que solo estará en el mundo por dos años y otros tienen la convicción de que será hasta diciembre. Yo no le establecí un límite, me he propuesto vivir un día a la vez e intentar conseguir, entre llanto y risa, una mejor versión de mí. Anhelo el día en que la tormenta acabe. Sueño con que las paredes ya no sean barreras y que el tapabocas deje de ser un accesorio. Deseo que la cura de las enfermedades sean los abrazos y que esto pronto termine.

·María Joségh Lara Díaz·

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