El día en el que todo fue justo. Por Daniel Camacho
- ccomuniacionescrit
- 14 ene 2023
- 3 Min. de lectura

El cabulero
Para un fanático del fútbol la final del mundo es un acontecimiento especial, cada cuatro años parece que tu vida solo se enfoca en esos 90 minutos de “22 personas corriendo detrás de un balón”. Esta ocasión era mucho más especial, podría decir que mi felicidad dependía de que un hombre de 1,70 levantara un trofeo con el dorsal 10 a su espalda; suena ridículo, pero hasta yo me sentía en la necesidad de aportar para que Messi lograra ser campeón del mundo.
Este es el momento en donde entran “las cábalas”, esta hermosa superstición que se basa en hacer una rutina igual al día en que las cosas te salieron bien; irónico que me la pase diciendo que el horóscopo es una ridiculez y crea que por ponerme la misma ropa que me puse los anteriores seis partidos, ir a la universidad como hice los anteriores seis partidos y llegar 10 minutos tarde al partido como lo hice los anteriores encuentros iba a ayudar a que el jugador que admiraba desde muy chico alzara 6,175 gramos de oro al cielo de Qatar. ¿Lo ayudé a lograrlo? No sé, pero cada día me siento más feliz; y creo haberlo hecho.
¿Hay algo más fuerte que los nervios?
Una mezcla de emoción y nervios invadía mi cuerpo, parecía que hubiera estado esperando ese momento toda mi vida, saber que era todo o nada ese partido hacía que experimentara algo parecido a la ansiedad; la verdad, muchas emociones cuando eres consciente de que tu mayor aporte hacia una final del mundo va a ser verla sentado en el sofá de tu casa.
Domingo 18 de diciembre del 2022, regresaba de la universidad a mi casa para llegar justo al minuto 10 de partido y así cumplir con mis cábalas más importantes; 11:10 abrí la puerta de mi casa y vi el sillón, sabiendo que era el amigo que me iba a acompañar durante mi sufrimiento las siguientes dos horas y media; por supuesto, no podía faltar la típica advertencia de mi mamá: “sabes que puede pasar cualquier cosa ¿no?, pase lo que pase por favor te controlas”.
Era el final de los primeros 45 minutos, Argentina ganaba 2-0 y no había más que tranquilidad en mí, todo era alegría en mi casa, ni siquiera mi mamá me regañó por mis gritos en el segundo gol que claramente fueron algo excesivos. Comenzó el segundo tiempo y ya los nervios se convertían en emoción porque parecía que lo que había deseado desde los 5 años se estaba volviendo realidad, o al menos eso fue hasta el minuto 80…
¿Cómo van a convencerme de que la magia no existe?
Siempre dije que una buena final del mundo siempre tiene que ir a prórroga, créanme que me insulté mucho por haber dicho eso, no entendía cómo un buen trabajo de 80 minutos y la ilusión de mi yo chiquito se había muerto en 2 minutos, parecía un reflejo de la vida misma; a pesar de no saber cómo reaccionar entendí que tocaba seguir sufriendo desde el sofá de mi casa y saber lidiar con los nervios que, hoy día, sigo recordando cada vez que veo mi cara con rastros de acné provocado por el estrés de aquella tarde.
Por si no era suficiente después de haber sufrido una nueva decepción en la prórroga, la final del mundo se iba a definir por penales. Puedo decir que en ese momento ya esperaba que sucediera cualquier cosa, sin embargo, por primera vez después de mucho tiempo tenía un buen presentimiento.
En efecto así fue, luego del cobro de Gonzalo Montiel, para mis ojos “el elegido”, solté al aire un grito de liberación que pronto fue opacado por la emoción y las lágrimas; y es que ese hombre que ya tenía tres estrellas tatuadas en el cuello nos había dado a mi ídolo de la infancia y a mí una de las mayores alegrías de nuestras vidas.
Mis lágrimas no solo representaban la alegría de ver a Messi campeón del mundo, representaban la alegría, una demostración de que la vida es justa, de que el esfuerzo en algún momento va a valer mucho la pena y de que, a pesar de que la gente no lo crea, los finales felices sí existen. Puedo decir que vivo hasta más feliz desde ese día, era como la paz después de una guerra que pareciera que me hubiera tocado pelear, ahora convivo con la tranquilidad de que cada esfuerzo tiene su recompensa.




Increíble, Daniii