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El Covid 19 sí es real. Por Teresa Camejo


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Esta historia me enseñó a valorar y a valorarme, fue un susto y pasó así.

El lunes primero del mes de febrero estaba almorzando con mi familia cuando mi estómago empezó a rugir, no le hice mucho caso porque eso me pasaba de vez en vez; seguí comiendo, lo disfruté, y aproximadamente dos horas luego bajé a mi perro Baloo, un beagle talla m, un perro promedio pues. Mientras lo paseaba, por su falta de entrenamiento, él salió corriendo y yo también. Luego de unos segundos me preocupé, pues me tenía paseada y Baloo, en verdad, no es tan fuerte. Soy una mujercita que podría concursar en Miss Venezuela, o sea, soy alta y mis dimensiones de ancho son grandes también. Paramos y me di cuenta de que estaba muy cansada, mi estómago rugía aún más, y seguí sin hacerle caso.

Llegué a mi casa y me acosté. No encontraba ninguna posición para dormirme, hasta que caí. De un momento a otro abrí los ojos con una sensación de náuseas, caminé al baño y vomité una primera vez. Un rato pasó y vomité una segunda vez. Otro momento de espera y mi mamá apareció, preocupada, y empezó con un cuestionario sobre las comidas que habíamos compartido. Yo estaba con una sensación de agotamiento, tanto que lo único que me salió decirle fue ‒Me quiero bañar. Mi madre decidió dejarme ir sin finalizar el interrogatorio.

Me bañé, me acosté a las 3:00 a.m., y pasé el otro día en el baño. Solo tomé agua, pero tenía que reponerme. El cumpleaños de mi novio era al día siguiente y debía verme esplendorosa.

Llegó el cumpleaños y me sentía pésima. Llegué con una torta, un gatorade, y un tapabocas sin quitar, por pura precaución; no había tenido fiebre y mi respiración estaba normal. Aun cuando mostraba una sonrisa, todavía tenía malestar estomacal, lo cual me molestaba porque quería comer.

De regreso a mi casa me encontraba mal. Al irme a dormir sentí una presión en la parte derecha de mi pecho y me costaba respirar; lo primero que pensé fue COVID. Luego en mis papás, mi hermano, mi novio, su familia, sus amigos, la familia de sus amigos, y todo se me vino abajo. Sin embargo, decidí dormir.

Desperté y la presión siguió todo el día, dormí y amanecí de nuevo; no quería decir nada, pues me daba vergüenza no haberme cuidado, no haberme lavado las manos suficientemente, no haber usado el tapabocas en forma correcta, pero reposé y entendí que era más irresponsable no decir nada.

Tal vez no escogí el mejor momento. Cuando almorzábamos solté que quería hacerme la prueba del Covid y mi papá se molestó muchísimo. Me dijo que ponía en peligro no solo a nuestra familia sino a su trabajo, lo cual no me pareció del todo justo porque sentía que era peor no decirlo. Luego de los regaños, fuimos a la clínica y pasé por la experiencia del hisopado, no fue tan desagradable. Los resultados los daban en veinticuatro horas y, mientras tanto, al llegar a casa me encuarentené y pasé las siguientes cinco horas encerrada, haciendo tareas.

El resultado llegó por correo electrónico: NEGATIVO. Me alegré bastante, pero también me detuve a pensar: esto no puede volver a pasar, no puedo volver a tener la más pequeña duda, debo salir menos, no debo quitarme el tapaboca, me debo cuidar. Y así, entendí que el Covid es muy real.

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