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El carrito blanco. Por María Rosa Martínez Lunghi


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La mayoría de los venezolanos, más específicamente los caraqueños, tienen conocimiento de la llamada “Cota 905”. Para cualquiera que no sepa la realidad que se esconde detrás de sus fachadas esta es simplemente una carretera que conecta a las parroquias La Vega, El Paraíso y Santa Rosalía del Municipio Libertador de la ciudad capital. Para otros, quienes están más al corriente de las noticias, porque viven cerca o porque han escuchado historias de ella, esa dichosa carretera no es lo que aparenta, es la perdición de muchos.


“El Coqui”, uno de los hombres más buscados por el Ministerio de Interior y Justicia, y la banda de jóvenes que comanda, se han encargado de infundirle un profundo miedo a la población de las cercanías, y de Caracas en general, gracias a sus actos delictivos que van desde robos y secuestros hasta asesinatos. “La Cota”, como es llamada, esconde entre sus calles misiles de alto calibre, granadas, grandes cantidades de municiones y, sobretodo, miles de enfrentamientos entre los cuerpos de seguridad y la banda de Carlos Luis Revete. Quien entre a este lugar sin saber lo que realmente habita en sus calles no sabe lo que le espera, y aquellos que se han topado cara a cara con sus posibles verdugos y salen ilesos de la situación han renacido. Ellos “no comen cuento” y están dispuestos a acabar con cualquiera.


Ahora es posible que te preguntes, ¿por qué me dicen todo esto? Más adelante entenderás.


Luis Fernández y su mujer Mariana de Fernández son una pareja de treinta y pico de años de casados, cincuentones, con una familia constituida, y una hija de 19 años, Alejandra Fernández. Luis, desde joven, ha sido un hombre trabajador; primero laboraba con su padre en una fábrica familiar y cuando la fábrica cerró se desempeñó como taxista. Un hombre que jamás ha tenido problemas con nadie, al que incluso han catalogado de “bolsa” por ser tan buena gente con los demás. Su compañera de vida, Mariana, también trabajadora y buena gente, ama de casa y, aunque a veces resulte “problemática”, es una mujer que dice la verdad duélale a quien le duela. Son gente común y corriente.


El 1 de agosto del 2020 la pareja fue a casa de la mamá de Mariana, que se encontraba hospitalizada. Mariana quiso ir para pasar un “coletico”. Luis, por su parte, comenzó a cambiar bombillos y a quitar el polvo mientras hacían tiempo para ir a recoger a Alejandra en casa de su novio.


Terminados los quehaceres se disponen a irse. En el estacionamiento se dirigen a abordar su carrito: un Ford Fiesta. Luis sale del carro a abrir el portón mientras Mariana lo espera dentro del vehículo, cosa que siempre pasa a la inversa. Jamás imaginaron lo que tendrían que enfrentar.


Luis se voltea y camina hacia el portón para cerrarlo, sin percatarse de que en la calle estaba estacionada una camioneta Terios de la cual se bajaron dos sujetos fuertemente armados. El primero acorraló a Luis, le apuntó con la pistola y le dijo: “¡Dame el carro!”, Luis reaccionó lo más rápido que pudo y le dijo que se lo llevara mientras comenzó a gritar: “¡Mariana, sal del carro!” “¡Sal del carro!”. El segundo, un chico moreno de unos veinticinco años, con ropa un poco desgastada y con cicatrices en la cara, se montó en el carrito con intenciones de llevárselo, y le gritó a Mariana: “¡Bájate si no quieres que te dé dos pepazos!”. A todas estas, Mariana se encontraba en shock, con sus piernas paralizadas y sin saber qué hacer. Pasados unos segundos, comenzó a reaccionar mientras le decía al hombre: “¡Ya me voy a bajar, tranquilo, ya me voy a bajar, por favor no me hagas nada!”. Finalmente, salió del carro, el hombre cerró la puerta y arrancó, como si estuviera en la autopista Francisco Fajardo, mientras que el otro corrió a montarse en la Terios y desapareció en la calle, como un bólido.


Todo esto pasó alrededor de las cuatro de la tarde, demostrando cómo en Venezuela no hay hora para la delincuencia. Luis y Mariana, aún asustados, se dispusieron a llorar en la calle y a llamar a Alejandra para informarle lo que pasó. Además, vecinos que habían presenciado el hecho se acercaron a ayudarlos. Luego de unos minutos, un vecino del edificio los llevó al CICPC más cercano a poner la denuncia del robo. Pasada una hora regresaron a casa en donde Alejandra, asustada, los esperaba. A pesar de todo, esa horrible escena de terror había acabado y ellos habían salido ilesos, sus verdugos les perdonaron la vida.


Al día siguiente, todos creían que ese carro era historia y que más nunca sabrían de él, pero estaban equivocados. Un amigo de la familia les pasó el enlace de una noticia que se estaba corriendo por los portales web en donde salía un carrito igual al de Luis y Mariana. Al revisarla, efectivamente se trataba de ese Ford Fiesta color blanco, con dos calcomanías en la parte trasera que ayudaron a su reconocimiento. El carrito resultó robado por parte de los jóvenes de la banda de “Coqui” y fue utilizado para secuestrar a un joven ciclista varguense. El carro fue a parar de Caracas a La Guaira, en donde el acto delictivo se vio frustrado. Los delincuentes se toparon con funcionarios del Faes, quienes al no acatar la orden de alto abrieron fuego contra el vehículo y otra camioneta que también habían robado. El joven ciclista, por suerte, saltó del carro y se salvó, mientras que los delincuentes (en total eran seis quienes iban en el carrito blanco y en la camioneta) fueron abatidos en el acto.


El matrimonio, al enterarse de todo fue a retirar la denuncia y a comenzar con el proceso de recuperación del carro; 39 días, papeles, diligencias y 22 balazos después, el carrito blanco finalmente volvió a estar en sus manos. Esto les recuerda todos los días la vivencia traumática por la que pasaron, les recuerda que en Caracas nada es lo que aparenta y les recuerda que esas personas no le perdonan nada a nadie, pero, por una extraña razón, a ellos les regalaron la vida. Al que obra bien, al fin y al cabo, siempre le va bien.

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