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El caricuaense. Por Vanessa Guerrero.

David es un muchacho de Caricuao, común. Tiene familia, es un gran deportista y quiere llegar a ser alguien grande. Por el año 1986, una de las mejores opciones para un joven caricuaense, con muy poco que dar, era la gran Academia Militar; institución donde todo brillaba; donde el honor, la lealtad, la ética, la moral y los valores se reflejaban en sus pisos pulidos y sus estandartes de orgullo nacional. En su momento, un centro que enseñaba el valor de la independencia y soberanía de un país y que había sido ejemplo de todo un continente.


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A partir de entonces, David tomaría las riendas de su vida y asumiría, al pie de la letra, el juramento que le había hecho a la bandera un lejano doce de agosto de 1986. Día tras día se levantaría recordando el código de honor y asumiría un viaje a la excelencia, recorriendo los pasillos de la escuela, motivado por sobresalir entre aquellos ciento sesenta cadetes. Nunca fue un bate partío, un apolíneo o un bacalao. Y fue en base a su esfuerzo, determinación y sacrificio que llegó no solo a cumplir su objetivo de graduarse, sino a ser elegido como el número uno de su promoción. Un joven con la pasión y la curiosidad como únicos recursos adentrándose en los pasillos de una institución tan prestigiosa como la Academia Militar de Venezuela. David se codeó con estudiantes que contaron con mayores recursos para resaltar, a los que superó guiado por sus aspiraciones de grandeza. Un muchacho de Caricuao destinado a ser un hombre de mundo.

Graduado con los mayores honores en 1990, inició una exitosa carrera militar ocupando cargos importantes, liderando comandos de pelotón y de compañía que robustecieron un poco más ese impresionante currículo que pronto haría que su nombre fuera mencionado dentro de las más altas esferas del Ministerio de Justicia con el fin de otorgarle el honor de representar a su país internacionalmente.

Y fue así como David, el caraqueño, con el rango de capitán del Ejército Nacional de Venezuela, tendría la posibilidad de partir a Estados Unidos de Norteamérica, país en el que ampliaría sus conocimientos y su vida tendría un cambio de ciento ochenta grados. Fue así como David, el venezolano, obtuvo un cupo dentro de las líneas del reconocido ejército americano, con la posibilidad de expandir su experiencia y (algo insospechado al principio) adquirir un gran prestigio.

Viajó a los Estados Unidos durante el año 2003 a integrarse a una nueva promoción de entrenamiento dentro del rango de Capitán Mayor. Allí incrementó sus conocimientos de artes militares, uso de armas y conformación de equipos tácticos; allí desarrolló operaciones de combate, de defensa y de ataque; aprendió sobre gerencia y organización de equipos, operaciones de infiltración, manejo de escenarios de conflicto en guerra urbana y procesamiento de prisioneros de guerra. Todo lo requerido para ejercer el arte de la guerra. David, con la edad de 32 años y sin conocimientos de inglés, se enfrentó a grandes obstáculos durante su travesía.

A partir del 12 de noviembre de 2003 su base de comando (y su nuevo hogar) se encontraba en la pintoresca ciudad de San Antonio, en el estado de Texas, rodeado de americanos y de una gran diversidad de extranjeros con quienes compartía el rango de Mayor. Tenía una rutina rígida. Para David, un morenito con ojos claros proveniente de Caracas, hubo un gran choque cultural: extensos campos y bases militares con temperaturas que sobrepasaban lo que él había conocido la única vez que subió al Ávila. También estaba la gran barrera del idioma que ahora, a la edad de treinta y dos, debía aprender desde cero. Durante el proceso llegó a sentir altos niveles de frustración e intimidación, pues sabía que ahora era parte de las ligas mayores; ya no estaría solo compitiendo con otros militares, sino que además estos provenían de distintos países del mundo: doscientos militares de otras regiones, individuos pertenecientes a países como Qatar, Arabia Saudita, Japón, Alemania… entre muchos otros. Debía mantenerse a la par de oficiales de países que en su momento habían vivido escenarios de conflicto que les exigían mayor desarrollo que el que tenía este joven (muy talentoso, si señor) proveniente de un país latinoamericano y cuya experiencia no incluía grandes confrontaciones. A veces pensaba que todo esto sobrepasaba su capacidad.

Pero ocurrió lo sorprendente. Tres largos años pasaron en los que su día iniciaba con un trote a las cinco de la mañana y entrenamiento físico hasta las ocho, clases intensas (en un idioma ajeno al suyo, que poco a poco iría perfeccionando) sobre todo tipo de capacitación militar y gran cantidad de campañas y cursos de formación en los que cada día se evaluaban sus capacidades académicas, técnicas, operativas y físicas. Nuestro David logró vencer al miedo, su intimidación se evaporó y dio el todo por el todo durante su tiempo allá. Al final hubo coraje y no solo aprobó el curso, sino que lo logró dentro de los más altos niveles de excelencia.

El 4 de abril de 2006 David se encontraba, junto al resto de sus compañeros, recibiendo el mérito por su arduo trabajo. Luego de tanto tiempo, el joven caricuaense había pasado por una maravillosa metamorfosis; ahora se sentía como un pez en el agua dentro del océano extenso y diverso que constituían los Estados Unidos de América. Ahora, con un inglés perfecto, David lucía pulcro y elegante en su uniforme de gala mientras esperaba ansioso ese certificado que llevaría a casa y lo mostraría con orgullo. Pero si él esperaba un simple diploma, el destino le tenía preparado algo mucho mejor.

-David Gregorio Guerrero Núñez -al escuchar su nombre, su corazón se aceleró. El momento que tanto había esperado había llegado, pero su superior seguía hablando-. Le otorgamos al Capitán Mayor perteneciente al Ejército Nacional de la República de Venezuela el premio honorífico como el número uno de la promoción de 2006, donde se le confiere el título de Graduado Internacional Distinguido de Honor -Lo último que recuerda es la larga fila de aplausos y abrazos por parte de sus amistades.

A partir de ese momento, David Gregorio Guerrero Núñez jamás sentiría miedo de nuevo. A partir de ese momento, David Gregorio Guerrero Núñez viviría como un hombre de mundo. Fue así como este joven con su conocimiento, entrega, dedicación, capacidad, iniciativa y creatividad llegó a ser reconocido y acumular la mayor cantidad de calificaciones integrales que trae esta maravillosa historia de superación y crecimiento. Hoy, con 52 años recién cumplidos, el aún jovial morenito de ojos claros nacido en Caricuao, con la memoria en las fotografías, recuerda emocionado aquellos meses llenos de retos en un país ajeno al suyo. Al contar su historia explica que la magia no estuvo en él, sino en la formación que le dio la Academia Militar de Venezuela, institución que le confirió las herramientas que lo harían llevar el nombre de Venezuela a lo más alto. Un ejemplo de resiliencia y trabajo, una muestra de cuán lejos llegó Venezuela en su momento.

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