El asesinato físico y moral de un estudiante venezolano. Por Elena Martínez
- ccomuniacionescrit
- 11 ago 2022
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In memoriam
Venezuela tiene años con un dolor crónico. Los culpables se han encargado de inyectar anestésicos locales en los bolsillos de aquellos que tienen algo muy valioso para aportar a la dictadura: sumisión. También hay varios que se anestesian con la ignorancia, con la nevera llena, con el canal 8 o con un boleto de avión para otro país (siempre que en este tenga menos ceros la moneda). Sin embargo, toda historia con villanos, tiene sus héroes. Esta es su historia.
La mayoría de los héroes que protagonizaron cuatro meses de protestas contra el régimen de Nicolás Maduro, en el año 2017, eran jóvenes que querían y podían apostarlo todo. No sabían cómo lo iban a lograr: en las escuelas no enseñan a tumbar un régimen. Pero «a veces, la imaginación es más importante que el conocimiento», como dijo Einstein. Si a eso le sumas el hambre, las ganas de estudiar, el recuerdo de tu abuela llorando porque no tiene para comprar las medicinas y el de tu mamá preocupada porque no sabe cómo van a hacer mañana, tendrás como resultado una revolución o, al menos, un intento.
Los héroes tenían a Venezuela en la espalda. Amarillo, azul y rojo eran los colores de su capa. Fue impresionante ver a tantos jóvenes, que jamás se habían identificado con un símbolo patrio ni con kilómetros de tierra, encontrándose en ese pedazo de tela, encontrándose en ese objetivo sincronizado: saciar su necesidad de cambio. En medio de ese tumulto también estaba el vendedor de helados que no quería ser héroe del país; quería ser el héroe de su casa y llegar, al menos, con un poco de comida. Es que todos estaban en diferentes niveles de una misma lucha.
Eso molestó a los uniformados, anestesiados por el régimen, que parecían artistas con pinceles de acero pintando todas las banderas de un solo color. Todavía me pregunto si eligieron el rojo rojito por el color del partido, porque ese color salía a borbotones de los héroes o porque el rojo rojito les recordaba a los que hace doscientos años derramaron su sangre por la libertad y, además, se parecían mucho a los que tenían en frente. Solo que había una diferencia: en el 2017 el venezolano era víctima de la censura y derramó sangre por la libertad de expresión.
Al finalizar cada protesta, la piel de los héroes dejaba ver una pésima imitación de la técnica puntillista. Claro, los «artistas» de la Guardia Nacional Bolivariana los tatuaban con metras y perdigones. Los héroes llegaban a su casa con sus banderas rojas, sus carteles rotos y con la mente y el corazón contaminados por la desesperanza aprendida. Los que no llegaban a su casa estaban siendo difamados por los medios de comunicación oficiales o se hallaban detrás de las rejas como parte de los 5.511 arrestos políticos o debajo de la tierra con una lápida encima y el peso de la consciencia de aquellos que pensaron “no debí dejar salir a mi muchacho por esa puerta”.
Miércoles 26 de abril de 2017. Hasta esa fecha 27 personas habían muerto en las manifestaciones. Una gran cantidad de funcionarios de la Guardia Nacional Bolivariana llegó en motos a dispersar la concentración de ese día. Juan Pablo Pernalete llevaba la bandera en su espalda, era un héroe. Cuando corría por la avenida del Ávila, junto a otros manifestantes, una chica se cayó y Pernalete se devolvió para ayudarla. En ese momento, un GNB le lanzó una bomba lacrimógena que lo impactó a quemarropa en su pecho.
Un joven de 20 años, llamado Juan Pablo Pernalete, llega a la sede de Salud Chacao sin signos vitales. Un guardia nacional lo asesinó. Ya son 28 personas las que han muerto. La declaración oficial del régimen informó que Pernalete había caído a manos de sus propios compañeros en un ataque con una pistola de perno.
Aunque la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela contempla la libertad de expresión, de reunión y manifestación, todas reconocidas en pactos y tratados internacionales en materia de Derechos Humanos, a Juan Pablo el Estado lo privó de su vida. Fue víctima del Plan Guaicaipuro y del Plan Zamora, este último fue activado el 18 de abril de 2017 con el fin de silenciar, desalentar y sofocar la oposición al Gobierno.
Sábado 29 de abril de 2017. En el Cementerio General del Este se encuentra el cuerpo de Pernalete. Ahora, la bandera que usaba de capa está sobre su ataúd, entre sus trofeos y pelotas de básquet.
Durante 4 años se mantienen las declaraciones oficiales, llaman guarimbero a Juan Pablo Pernalete. Sus padres pelean contra la impunidad. Cada semana van al Ministerio Público para exigir avances en la investigación. No obtienen respuesta. Desde el inicio, el Estado no solo pretendió ocultar la verdad, sino que, no satisfecho con la muerte física de Juan Pablo, también buscó su asesinato moral, inventando historias contra él y algunos de sus compañeros de lucha.
Sábado 1˚ de mayo de 2021. El fiscal general del régimen, Tarek William Saab, admitió que Juan Pablo Pernalete murió por el impacto de una bomba lacrimógena disparada por la GNB directamente a su pecho, a una distancia menor de 30 metros, lo que le produjo la muerte por shock cardiogénico y traumatismo cerrado de tórax.
Pese a la confesión del fiscal, los padres de Pernalete no recuperan a su hijo. Y el régimen continúa en su afán por desprestigiarlo. Muchos de los responsables de su muerte siguen trabajando como GNB, siguen libres. Cinco años después, Pernalete no figura entre los graduados de la Universidad Metropolitana ni entre los jugadores de ningún partido de básquet, pero sí en la lista de los 157 muertos de las manifestaciones contra las fuerzas represivas del año 2017.
Abril de 2022. En el armario de una casa en Caracas sigue pegada una hoja blanca en una de las puertas. Tiene una lista de deseos escritos por un niño años atrás:
Quiero ser grande
Quiero estar en la NBA
Quiero tener una gran familia y mucha salud
Quiero ser feliz
Juan Pablo Pernalete




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