Déjà vécu transformado en realidad. Por Valentina Rojas
- ccomuniacionescrit
- 3 feb 2023
- 4 Min. de lectura

Vivir un suceso que te resulte familiar, como una repetición, y que por
un instante te desconcierte la extraña sensación de haberlo vivido ya.
—¡No, no me pidas que, que lo intente, otra vez, de una vez, otra vez! —mi mamá y yo tarareábamos al ritmo de la canción de Karina mientras utilizábamos los controles remotos del televisor como micrófonos.
Nos mirábamos sonrientes al compás de nuestros torpes pasos de bailes en el medio de la sala cuando sonó el teléfono inalámbrico interrumpiendo nuestros cantos… No, no me pidas que vuelva a fingirlo, otra vez, de una vez, otra vez…
—¿Aló? —contestó mi papá al mismo tiempo que mi mamá y yo acompañábamos con sonoras carcajadas y con nuestra alzada y chillona voz la letra: sé cómo duele comprender, cómo duele sonreír. El amor es algo así, yo lo sé, yo lo viví. Te duele hasta morir y nada puedes hacer…
El instinto innato de mi mamá presintió que algo pasaba cuando escuchamos los pasos apresurados de mi papá acercándose a la puerta de salida. Con preocupación, y bajándole el sonido al parlante, mi mamá le preguntaba a mi papá, ¿qué pasó, vida?
—Mi mamá no siente el brazo izquierdo —dijo él, susurrando para sí mismo. El corazón me bombeaba muy fuerte. Lo vi ensimismado, nervioso, con incertidumbre en su rostro mientras salía apurado de la casa. Sin pensarlo me lancé disparada detrás de él.
No nos costó mucho llegar a la casa de mi abuela María Antonia. Una de las bendiciones que agradezco era lo cerca que estábamos de ella. Vivíamos al lado. Nos teníamos unos a los otros. Ese viernes en la noche entramos por la parte de atrás de la casa. Recuerdo sentir cómo mi alma dejaba mi cuerpo al momento en que la vimos cuando nos asomamos al cuarto donde ella se encontraba. Me dolía el corazón. Mi abuela estaba con la cabeza caída de un lado y con un brazo tocándose el otro. Mi tía Argelia, quién había llamado a mi papá, le hablaba con los nervios de punta y le preguntaba: “Mamá, ¿qué tienes?”. Mi abuela le respondía balbuceando. Al borde del llanto, dijo mi tía que cada vez era menos lo que se le entendía.
Yo no comprendía nada de lo que pasaba. ¿Por qué mi abuela estaba así? En igual estado de shock, mi papá me dijo que fuera a buscar a mi mamá mientras él, sin color en su rostro, entraba al cuarto. Me lancé a llamar a mi mamá. Ella estaba tranquilizando a mi abuela materna, quien vivía con nosotros en ese entonces.
—Mi papá te llama. Él dice que vayas para allá.
—¿Qué le pasó a tu abuela? —Me miró fijamente con sus ojos vidriosos llenos de pánico.
—Que vayas para allá. Yo me quedo con mi abuela Susana.
**
Mi abuela Susana era muy amorosa, tal como lo fue mi abuela María Antonia. La única diferencia entre ambas era que Susana sufría de demencia senil.
Cada vez que ella iba a dormir se despedía de mi mamá, de mi papá, de mi hermano y de mí. Después, se paraba a orinar y luego de que salía del baño nos saludaba preguntándonos cómo habíamos amanecido y por qué en la casa no había café. En ocasiones le seguíamos la corriente para no alterarla y en otras le decíamos que todavía era de noche. Ella contraatacaba diciendo que por qué entonces nosotros estábamos despiertos si había que dormir.
En mi casa tenemos la costumbre de ver películas en la noche. Un viernes, siguiendo nuestra tradición, comenzamos entre todos a decidir qué íbamos a ver. Mi abuela Susana se despertó para ir al baño y, como para ir al baño pasaba por la sala de estar, nos vio sentados en los muebles. Ella siguió de largo, luego de saludar con el cariño propio de las abuelas y decirnos un contento "hola". Nosotros le respondimos con una sonrisa y con otro "hola" cargado de emoción.
Los segundos o minutos transcurrían y no elegíamos una película. Segundos o minutos pasaban y mi abuela tampoco salía del baño.
De nuevo, el instinto innato de mi mamá presintió que algo sucedía cuando no escuchó a mi abuela en el baño. Mi mamá brincó del mueble y entró al baño llamando a mi abuela. —¡Ay, vida! A mi mamá le pasa algo —gritó mi mamá desde el baño, mientras con la voz entrecortada le hablaba a mi abuela. De nuevo, recuerdo sentir cómo mi alma se fue de mi cuerpo. ¿Otra vez? ¡No! Mi corazón se hundía mucho más al ver cómo, poco a poco, mi mamá traía caminando a mi abuela con su cara caída, la mirada perdida y balbuceando.
—Llama a Argelia, dile que venga para acá —le dijo mi mamá a mi papá, llorando y tartamudeando.
**
No entiendo por qué ocurren muchas cosas que uno no quiere que pasen. Tampoco por qué no ocurren otras cuando sí queremos que pasen. No entiendo por qué existen las casualidades. ¿Existen para enseñarnos algo? Solo sé que todo puede cambiar de un segundo a otro. Sé que la vida está llena de momentos inesperados y de sensaciones extrañas.
¿Qué sé yo de la vida?... No lo sé. Estoy aprendiendo a vivirla.




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