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Dos individuos casi iguales. Por Adriana Pescoso



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Manuel Alejandro

El primer hermano se veía como una persona sumamente preparada, un chico exitoso que aparentaba unos escasos veintidós años. Era musculoso y por sus piernas se podía intuir que le encantaba salir a correr por las mañanas o quizás hacer rutas en bicicleta; lo más probable es que fuese un jugador profesional de fútbol. Su piel era de un color muy particular, lleno de vida y con una apariencia fresca. Estaba vestido cual muñequito de pastel de bodas, en su saco no logré encontrar la etiqueta con la marca y el precio, pero estaba casi segura de que se lo estrenaba ese día. Al entablar una conversación con él podía percibirse la seguridad en su voz, y su emoción por la vida llenaba de energía a quien lo escuchara.

Luís Alberto

El segundo hermano era un chico de apariencia desaliñada, de unos veinticinco años aproximadamente. Su contextura delgada mostraba que su dieta consistía en una sola comida si era un buen día. Sus ojos se veían cansados, un tanto irritados; pensaba, al verlos, en todas las cosas que habían podido ver o que pudieron haber presenciado. Se notaba a distancia, en su ropa rasgada y desgastada, que era una persona de escasos recursos. Un tanto deprimido, una persona solitaria, con la vida sobre su espalda y llevando amarradas a sus piernas sus más dolorosas penas. Podía notarse su resentimiento cuando hablaba, lo cual no era para menos, aún no entendía cómo la sociedad era tan cruel, cómo podían separar a dos hermanos, darle un hogar al más deportivo y carismático y nunca ofrecerle una oportunidad a ese niño callado que esperaba tranquilo el amor desinteresado de alguna persona.

El reencuentro

A la hora del almuerzo, todas las tardes, solía sentarme en un banquito de una plaza para almorzar y respirar algo de aire fresco antes de volver a la oficina. Una tarde se sentaron dos chicos en el banquito que estaba frente a mí. Ambos eran idénticos fisicamente, parecían gemelos; por lo que pude escuchar, de hecho sí eran hermanos. Sin poder evitarlo presté atención a su conversación. Tras la muerte de sus padres, fueron llevados a un orfanato. Allí vivieron durante seis años, y cuando tenían doce tuvieron que separarse, pues uno de ellos, Manuel Alejandro, fue adoptado por una familia bastante adinerada. Luego de diez años en los que cada uno hubo de seguir diferentes caminos y vivir distintas circunstancias, se reencontraban.

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