Destinos. Por Sergio Corrales
- ccomuniacionescrit
- 21 abr 2021
- 5 Min. de lectura

Toronto:
Claudia, recién graduada del colegio, debía tomar la decisión: me voy o me quedo. Luego de darle muchas vueltas a la cabeza, decidió partir a estudiar Diseño Gráfico, cosa que realmente la emocionaba.
La cuestión es que Claudia siempre ha sido muy apegada a su familia, e irse representaba un reto descomunal. Ella lo sabía, pero por más que le doliera, era tiempo de avanzar y abandonar el nido que la vio crecer.
Algo que le provocaba muchísimo pesar era que su madre no la acompañaría en el viaje. Su hermano y su padre irían con ella, pero su “vieja” debía quedarse cuidando a la abuela y a la perrita de la familia, quienes estaban muy mal de salud. Claudia lo pensaba mucho, pero sabía que no podía frenar, puesto que su futuro la esperaba.
En el año 2014, llorando, muy nostálgica desde antes de volar y pensando en su madre, se montó con su hermano y su padre en el avión que los llevaría a Toronto, Canadá.
Estando allá, estudiando y esforzándose mucho, no hacía más que pensar en regresar. La soledad, el silencio y el frío la mataban lentamente. No tenía ganas de hacer nada más que llorar y dormir para callar las voces en su cabeza que le decían “no lo vas a lograr”.
En sus visitas al país, cuando llegaba el día de volver a Toronto, ella, sollozando, les decía a sus padres que tal vez debía retirarse de la carrera y volver a Venezuela, pero nunca lo hizo. Siempre terminó siendo lo suficientemente fuerte como para probarle a esas vocecitas malignas que ella podía, que era capaz.
Claudia terminó su carrera, pero no solo la terminó: se graduó Summa Cum Laude, un honor que pocos reciben. Sus padres y su hermano la fueron a ver triunfar en su acto de graduación en Toronto en el año 2018. Y así volvió a Venezuela, como una campeona.
Orlando:
Llegaba el verano de 2017, se acercaba agosto y las dudas en Sergio, hermano de Claudia, crecían. Estaba cerca de cumplir su sueño de vivir en los Estados Unidos y cursar sus estudios universitarios allá. Había un solo problema: ese sueño implicaba separarse de sus seres queridos, y eso no le gustaba.
De niño le encantaba la idea. Veía las películas en las que aparecían los high schools y universities americanas y le parecía increíble. El detalle siempre fue que nunca pensó en lo que significaba para su vida irse del país, especialmente ahora, el momento en el que más cercano se sentía a Venezuela, a sus amigos y a su familia.
Organizó dos despedidas: una para amistades y otra familiar. En ninguna pudo disfrutar, porque no dejaba de pensar si cometía un error alejándose de lo que siempre había conocido y amado. Pasó ambos días analizando y a nada de llorar, la confusión reinaba en su cabeza. Ya estaba acorralado, no había vuelta atrás, en menos de una semana se iría sin saber cuándo volvería.
Finalmente llegó el día. Fue al aeropuerto y se despidió de su familia, salvo de su papá, quien para Sergio fue un superhéroe, pues lo acompañó a su destino y lo ayudó a instalarse.
Se montó en su avión, entre lágrimas y muchos pensamientos, ahogado en nostalgia y despecho, y comenzó a volar en busca de un futuro mejor en Orlando, Florida.
Caracas:
Luego de un inicio con mucha turbulencia en Orlando, extrañando a toda su gente, sintiéndose totalmente solo y apartado de la gente, Sergio salió un poco de la cueva y vio la luz.
Tuvo un primer semestre gris, en el que llegaba a casa y se sentía deprimido. Estaba acostumbrado a ser recibido por su núcleo familiar y a tener siempre alguien con quien hablar. Ahora, entrar a su casa se sentía igual que entrar a un monasterio budista, por el silencio, y a una celda de confinamiento solitario en prisión, por la falta de calor humano.
Todo cambió cuando en su segundo semestre conoció a un grupo heterogéneo de latinos. Un costarricense, un argentino, un ecuatoriano, dos hondureños, y algunos venezolanos (maracuchos, valencianos, gochos y llaneros). Esto le dio vida a Sergio, quien se volvió a sentir feliz: encajaba en un grupo de nuevo y al fin tenía compañía. Gente con la cual hablar, compartir y disfrutar. Gente que lo entendía, que pasaba por el mismo proceso de emigrar.
Todo iba muy bien, todo era alegría. Seguía extrañando a su gente de Venezuela, no los olvidaba, pero tenía un nuevo grupo que lo ayudaba a sobrevivir a ese dolor. Cuando más se unió a ese grupo, la vida se lo arrebató.
Sergio tenía planeado visitar Caracas, Venezuela, en el verano de 2018. Estaba muy seguro de que regresaría a Orlando. Uno de sus amigos, el ecuatoriano, lo llevó al aeropuerto, donde se dijeron “nos vemos en unos meses, hermano”. De eso ya han pasado casi tres años.
Sergio se montó el vuelo destino a Caracas. No planeaba quedarse, pero así fue. Positivo por un lado, pues volvía a ver a sus amigos y familiares... Bueno, por lo menos a los que no habían migrado como él. Pero por otro lado, seguía dolido porque no logró despedirse correctamente de su grupo, de aquel que lo acogió y le dio un poco de luz a su oscuridad, de color a su vida gris.
Aun hoy en día, cuando habla con sus amigos latinos, les deja saber lo mucho que los aprecia, lo mucho que los extraña. Les dice las ganas que tiene de verlos y lo mucho que lamenta no haberles podido dar un gran abrazo que durara años, hasta volverse a reencontrar.
Málaga:
Pasó un año en Caracas, uno muy feliz junto a toda su familia lo cual ocurría por primera vez en años, pero Claudia tomaba la decisión de volver a emigrar.
Con un país muy golpeado en todos los ámbitos, ella entendió que debía irse y seguir preparándose para su futuro, esta vez haría un Máster en Marketing. Sus opciones no eran muchas. Bueno, era una, España. Ese destino era el adecuado, pues tiene el pasaporte de ese país. Obviamente, volvían todos los fantasmas del pasado: el miedo de emigrar y la soledad que muchas veces conlleva. Vivir en un nuevo lugar y acostumbrarse a él siempre representa un gran reto.
Su padre la acompañó a España. Allí vería a sus padres, los abuelos de Claudia, a quienes tenía algún tiempo sin visitar. Una vez más pisaron el colorido piso de Cruz-Diez, que siempre saca lágrimas a quienes lo transitan. Allí, en el aeropuerto, los cuatro se dieron un gran abrazo, despidiéndose y llorando, pero con planes de verse en marzo de 2020. No contaban con que la pandemia, que oscureció al mundo, impusiera restricciones para viajar y que por eso no se reencontrarían cuando lo habían planeado.
Claudia y su padre se montaron en el avión atesorando los felices momentos vividos durante el lapso en que estuvieron de nuevo juntos los cuatro y pensando en ellos para evitar llorar. Así despegaron con destino a Málaga, España. Sergio y su madre se quedaron en Caracas, ya que el joven estudiaba allí su carrera universitaria y su madre no lo quería dejar solo.
Ya ha pasado más de un año y siguen sin verse. De lado y lado, cada par sufre y anhela estar juntos de nuevo. Aunque saben que es difícil fijar una fecha, están esperando la oportunidad.
En estos momentos Sergio se enfrenta a una compleja decisión que atenta contra su futuro inmediato. Debe elegir entre quedarse en Caracas y terminar sus estudios o detener su carrera y emigrar a España, donde la familia volvería a reunirse. Una disyuntiva en la que piensa sin encontrar una respuesta. Por ahora, parece que continuará en el país, pero la pregunta es ¿hasta cuándo?




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