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Del mar a la montaña. Por Gimena Soriano

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Siempre había soñado con estudiar en la UCAB, pero nunca imaginé que ese sueño implicaría dejar atrás todo lo que conocía. La mudanza de Lechería a Caracas fue una decisión difícil que marcaría un antes y un después en mi vida. Emprendí ese camino con una mezcla de ilusión y miedo sin saber qué me depararía el futuro.

Numerosas veces había hecho el trayecto desde mi casa hasta Caracas, pues toda mi familia es caraqueña, incluyendo a mis padres. En vacaciones y fines de semana largos no faltaban las vistas de esas carreteras que ya conocía muy bien. Sin embargo, esta vez el viaje resultó distinto: sentía un nudo en la garganta, un peso en el pecho y una gran excitación cuando pensaba en todo lo que estaba por venir. En aquel momento no entendía por qué tenía ese malestar en el corazón si estaba rumbo a comenzar una etapa de la vida de la que todo el mundo siempre me habló maravillas. No obstante, pronto le pondría nombre a esa extraña sensación.

Al llegar a la casa de mis tíos y abrir la puerta de mi nueva habitación, una oleada de extrañeza me invadió. Las paredes blancas, desnudas de cuadros y fotografías, me enfrentaban a un entorno ajeno: me sentía como si estuviera mirando la vida de otra persona. Inmediatamente, extrañé la calidez de mi antigua habitación, el olor de mi hogar y la sensación de seguridad que me proporcionaban mis cosas. Fue ahí cuando comprendí que no solo había cambiado de casa, sino que también había dejado atrás una parte importante de mí misma.

Decidí empujar esos pensamientos al fondo de mi mente. Me dije que solo necesitaba personalizar lo que se convertiría en mi espacio. No tardé en descubrir que no iba a ser tan fácil como pensé, pues a medida que pasaban los días más se hacía presente esa sensación de no encajar. Y es que por más que hubiera vestido la cama con mis sábanas, regado mis peluches por la habitación y colgado mi ropa en el armario, ese no era mi hogar y los que estaban en la habitación contigua no eran mis papás.

El tiempo transcurría y, aun cuando no terminaba de adaptarme a mi nueva casa, en la universidad me iba de maravilla: tenía amigos y disfrutaba al máximo de mis clases. A pesar de las dudas y los sacrificios, no podía haber escogido mejor carrera ni lugar para estudiarla.

Las mañanas eran la mejor parte de mi día pues las pasaba con mis nuevos amigos. Al caer la tarde, debía volver a la casa y la soledad se adueñaba de mí. Aunque éramos cinco personas, durante la cena la mesa familiar se sentía como un comedor vacío. Y es que en mi casa de Lechería las comidas eran un ritual sagrado. Los tres nos reuníamos alrededor de la mesa, compartíamos anécdotas y risas. En cuanto a las noches, eran sinónimo de películas. Aquí en Caracas no: cada uno tenía su propio mundo. Mis tíos inmersos en sus responsabilidades y mis primos parecían vivir en una realidad paralela conectados a sus dispositivos y a sus amigos.

Acostada en mi cama, sentía que en Caracas las noches eran infinitamente más largas que en Lechería. Extrañaba la calidez de mi mamá y mi papá al darme mi beso de las buenas noches antes de dormir. Extrañaba el olor a salitre y el sonido de las olas rompiendo en la orilla cuando íbamos a desayunar empanadas. La soledad, como una sombra alargada, me perseguía por todos los rincones de mi nueva habitación. 

Llegué a Caracas con una mezcla de ilusión y miedo. Hoy, un año después, la nostalgia sigue presente y no pasa un día en el que mis padres y mi hogar no me hagan falta, pero aprendí y acepté que ese sentimiento de añoranza nunca se irá. También aprendí a ser feliz con lo que tengo aquí, que no es poco: amigas maravillosas, la compañía de una familia, a la que, por no vivir en Caracas, no veía tan seguido, y la oportunidad de estar en una de las mejores universidades de Venezuela estudiando una carrera que me encanta y disfruto. Por último, aprendí a valorar la independencia, a ser más responsable y a enfrentar nuevos desafíos con mayor confianza.

Sé que el camino aún es largo, pero el sacrificio ha valido la pena. Estoy agradecida por todas las oportunidades que me han brindado y decidida a aprovechar los recursos y experiencias que esta ciudad y esta universidad me ofrecen para que mis papás estén orgullosos de lo que hoy soy gracias a ellos.

 
 
 

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