Dejar ir. Por Adriana Belmonte
- ccomuniacionescrit
- 2 feb 2022
- 3 Min. de lectura

I
Nadie debería tener que decidir a los dieciséis años qué va a hacer el resto de su vida, al menos, no sin asesoría profesional. La adolescencia ya es de por sí una etapa en la que todos son propensos a cometer errores para, además, tener que tomar una decisión tan trascendental. Algunos pueden tener suerte y acertar en lo mejor para su futuro, pero otros, como yo, podrían pensar que Arquitectura es un buen sustituto para Diseño Gráfico. “¿Por qué no?”, me dije en ese entonces. La familia se sentiría orgullosa de tener a una arquitecta entre sus miembros. Por otra parte, siempre había sido muy aplicada en los estudios. Seguramente lo lograría. ¿Qué podría salir mal? Pues todo.
II
Ojalá alguien me hubiera advertido que la carrera de Arquitectura se tomaba muy literalmente esa expresión de que el éxito se cosecha a base de “sangre, sudor y lágrimas”. Sangre de los cortes ocasionados por el exacto, sudor provocado por las largas jornadas y lágrimas de frustración. Derramé tantas de estas últimas que el agua acumulada bien podría llenar una piscina.
III
Cambiar de carrera y universidad fue una decisión apresurada. Recuerdo haber buscado mi nombre en la lista de los admitidos a cursar el período intertrimestral y no conseguirlo. Recuerdo la frustración del momento y la sensación de que mi vida estaba estancada. No era la primera vez que pensaba algo semejante, pero sí fue la primera vez que me atreví a hacer algo al respecto. Utilicé el rechazo como una excusa para llevar a cabo el cambio que tanto anhelaba. Guiada por la adrenalina que solo puede causar la inminencia de un cambio radical, busqué nuevas universidades (privadas, porque el atraso de las públicas ya me tenía harta) y revisé algunos pensum. Me enteré de que la UCAB tenía abierto el período de solicitud de inscripción para nuevo ingreso y lo vi como una señal. Mi mejor amiga fue la única cómplice que tuve en ese proceso, al menos, hasta que me aceptaron y tuve que buscar la forma de decírselo a la familia.
IV
Mi familia creía que tenía la intención de estudiar las dos carreras. Me pareció ridículo que concibieran una idea semejante, pero no era capaz de sacarlos de su error por varios motivos. El primero era que tenía una fobia terrible a decepcionar a los demás. El segundo, y quizás el más importante, era que yo tampoco sabía qué iba a hacer o dónde me iba a quedar. Mi plan consistía en experimentar ese primer semestre en la UCAB y ver si Comunicación Social se me daba mejor que Arquitectura. Sabía que tarde o temprano tendría que tomar una decisión, pero era más fácil intentar prologar todo indefinidamente.
V
La psicóloga me dijo que no fue mi culpa, que alguien debió haberme asesorado mejor cuando salí de bachillerato y que no podía quedarme en una carrera que no me gustaba. Me dio un discurso sobre por qué no se debería vivir de las opiniones de los otros y varias cosas más. Hasta ese momento, yo me resistía un poco a abandonar por completo la carrera a la que le había invertido tres años de mi vida (a pesar de que los trimestres perdidos y las materias reprobadas hubieran hecho que no pudiera completar ni siquiera dos años del pensum), pero salí de esa consulta con la determinación de dejar todo atrás. A lo mejor fue porque alguien, aunque fuera una desconocida, apoyaba lo que en el fondo quería. Quizás fue porque podría escudarme en la excusa de “la psicóloga me lo recomendó” para que mis acciones no fueran vistas como un capricho. Como fuera, me fui despegando de todas esas ataduras que me hacían mal y enfoqué mi atención en un nuevo objetivo: graduarme en Comunicación Social.
VI
Una vez me encontré en Facebook una frase motivadora que decía “No tengas miedo de empezar de nuevo, te puede gustar más tu nueva historia”, y hoy puedo decir que es verdad. Se puede notar en el ánimo cuando lo que estás estudiando te gusta o cuando solo genera frustraciones. Suelo decir en broma que tenía una relación tóxica con la carrera de Arquitectura, porque me aferraba a ella por motivos que nada tenían que ver con el amor verdadero. Actualmente llevo tres semestres en Comunicación Social, y es una relación más sana y menos problemática. Mi familia se lo tomó mejor de lo que imaginé, quizás solo les importa verme feliz. A veces, para alcanzar la verdadera tranquilidad, es necesario dejar ir lo que no nos aporta nada.




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