Confianza estafada. Por Valeria Pérez Fuenmayor
- ccomuniacionescrit
- 27 ene 2023
- 4 Min. de lectura

Sábado, 05 de noviembre
—Te vamos a buscar a la universidad para hacer unas diligencias —me hace saber mi mamá. Yo, bastante extrañada porque ese día era el cumpleaños de mi prima, no indagué más y solo contesté afirmativamente.
Termina la clase de historia y como un clavel mi mamá y mi padrastro me esperaban afuera. Me monté en el carro, pregunté hacia dónde íbamos y solo contestaron —Vamos a comprar algo.
La incertidumbre era aún mayor: ¿por qué el mismo día del cumpleaños de mi prima?, ¿qué será tan importante?, ¿será para mí lo que van a comprar?, ¿por qué no fueron ellos solos?... Y así iba con más preguntas que respuestas.
Atravesamos gran parte de la autopista Francisco Fajardo, entramos a Plaza Venezuela, seguimos por la avenida Libertador y llegamos a la Solano.
—Bájate —dicen ambos al unísono. Obedezco. Me detengo a observar a mi alrededor: una pequeña calle, carros, muchos carros, un edificio y un gran portón negro. Mi padrastro camina hacia este, yo lo sigo.
—Escoge el que más te guste —susurra. Ahora entendía mucho menos. Estaba procesando demasiada información en cuestión de segundos. ¿Un carro?, ¿un carro para mí?, ¿esto es en serio?
Miré a mi derecha: un Spark; a la izquierda: una Terios. Mi palabra era la decisión final. —La Terios, por favor —contuve el subidón de adrenalina y emoción.
Algunos verdes fueron puestos sobre la mesa y el trato se selló.
—Tienes que volver el lunes a buscar el carro y firmar los documentos —se dirige a mí una voz áspera y ronca. Era el gerente del lugar e íntimo amigo de mi padrastro.
Lunes, 07 de noviembre
Así fue. El lunes me dieron el carro. La emoción no cabía en mí. Mi firma en los documentos me delata.
Mi tío voluntariamente nos acompañó para ver el carro por primera vez. —Fue chocado —le dice al gerente—. ¿Eso se lo dijiste a ella?
—Sí, claro. Yo le comenté que tenía un golpe en la puerta del piloto —aclaró él.
Yo me sentía tranquila por haber comprado bajo la palabra de un íntimo amigo de mi padrastro, me monté, prendí el auto y arranqué. Lo que jamás nos imaginamos era todo lo que vendría después.
Martes, 08 de noviembre - La pesadilla comienza
Salgo de mi clase de los martes por la tarde. Me monto en el carro y voy camino a mi casa, se cruza un carro de forma inesperada, pego el frenazo del año. Mi sorpresa: los frenos estaban largos. Me mentalizo y pienso que es algo que se puede arreglar y sigo.
Luego me dispongo a cruzar para entrar al edificio y se apaga el carro. Intento prenderlo y nada. Mis nervios se fueron a las nubes. No era en sí porque no prendiese, sino porque me encontraba en plena vía y el carro no reaccionaba. Llamé a un familiar para que me ayudara, llegó en cuestión de minutos y me calmé.
Le comento a mi mamá todo lo que me había pasado en tan pocos días. Sus palabras me tranquilizaron un poco y pensé que solo serían algunos fallos menores.
Miércoles, 09 de noviembre - La pesadilla continúa
Salimos muy temprano por la mañana rumbo a nuestra clase matutina de pilates, mi madre iba en su carro, yo iba en la Terios con la intención de llevarla, después de la clase, al lugar donde la compramos para que revisaran los frenos, pues estaban en garantía.
Caracas había amanecido caótica y la cola tocaba el timbre de mi casa. Llegar a la clase no sería ni remotamente posible, así que cambiamos la ruta directo al concesionario. En plena autopista el carro se me apagó no menos de 10 veces.
Ya se imaginarán cómo estaba yo. Una chica con un carro al que apenas estaba conociendo, que en menos de una semana ha presentado muchas fallas y ahora, en una autopista altamente concurrida, a cada metro se le apagaba el carro… yo solo quería llorar. Mi mamá iba detrás de mí para evitar algún accidente y pasito a pasito llegamos al destino.
Entregamos el carro con la fe de que lo devolvieran en óptimas condiciones.
Lunes, 14 de noviembre - Esto no se acaba
Ya tenía algunos días con el carro después de que lo repararan y hasta ahora todo pintaba bien. O eso creía yo. El carro aún se apagaba, pocas veces, pero lo hacía.
Yo, bastante frustrada, le pido a mi mamá que lo lleve a un mecánico de confianza para que lo vuelvan a chequear. El escáner decía que todo funcionaba, pero yo sabía que no era así.
Miércoles, 16 de noviembre - ¿Habrá luz al final del túnel?
En un último intento de entender qué pasaba con el carro, pedimos ayuda, pero una de verdad. Un amigo del cuñado de mi mamá tenía un taller especializado en Terios.
Ese día fuimos hasta el lugar, entregamos el carro, le contamos todo el historial desde que yo lo tenía y ellos empezaron a examinarlo.
Solo con abrir el capó ya habían encontrado tres errores fatales: batería suelta, carrocería rota y mangueras remendadas.
—Esto no me puede estar pasando —me repetía interminables veces.
Al cabo de unas tres o cuatro horas, el dueño del taller nos llama y con una lista en mano nos hace saber todo lo que estaba mal… Eran treinta y cuatro, sí 34, puntos en contra que tenía la Terios.
A mi mamá y a mí no nos quedó más remedio que reírnos un rato, para poder pasar aquel trago tan amargo.
Lunes, 21 de noviembre - Definitivamente no hubo luz
—¿Me estafaron? —se preguntaba mi padrastro, fúrico—. Él era mi amigo y mira lo que nos hizo.
—Jamás lo sabremos —contestó mi mamá—, pero “estafa” es un lindo nombre para esto que nos hicieron.




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