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Carretera del terror. Por Soraya Mohtar


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Daniela siempre ha sido una persona muy culta, inteligente y aplicada, de esas que se leen una saga de libros completa en par de días. En su familia casi todos son médicos, papá y hermana gineco-obstetras y mamá pediatra, por lo que ella decidió estudiar medicina. A lo largo de su carrera siempre fue una de las mejores estudiantes, pero ella sentía que le faltaba algo, sentía que, quizás, esa no era su carrera soñada. Poco a poco, descubrió que su verdadera pasión era la actuación, era muy buena en ello, pero ya estaba muy adelantada en la medicina como para dejarla a esas alturas. Daniela ya iba por la etapa de la carrera en la que se comienza a rotar por clínicas y hospitales, viendo y aprendiendo de todo un poco, y era buena para memorizarse las características de enfermedades y complicaciones.

Un día tenía que ir de viaje a Caracas, y decidió viajar por autobús. Todo venezolano sabe que esa no es la manera más segura para trasladarse en el país, por esa razón, Daniela decidió llevar pocas cosas: un pequeño bolso con algo de ropa y su tablet con todos los temas que necesitaba leer (para ella eso era primordial, los estudios ante todo). También cargaba su teléfono, bien escondido por debajo de su blusa, y se fue acompañada de un buen amigo, también estudiante de medicina. Llegó al terminal y se subió en el autobús, había bastante gente y, justo en los puestos a su derecha, había un muchacho que le preguntó la hora. Ella, temerosa, no sabía si sacar su teléfono para decírsela. Finalmente lo sacó y se la dio, rápidamente lo volvió a guardar.

Al rato, el autobús arrancó. Un par de horas después, el muchacho que anteriormente le había pedido la hora, se puso de pie repentinamente y, con pistola en mano, dijo: “esto es un atraco”. Al escuchar eso, el mundo de Daniela se paralizó por un segundo. De vuelta a la realidad, se dio cuenta de que eran varios los atracadores, unos tres quizás. Les ordenaron a todos los pasajeros quedarse quietos mientras ellos iban, puesto por puesto, recogiendo las pertenencias, bajo la amenaza de una frase que repetían frecuentemente: “mucho cuidado, ahorita yo me voy a poner a revisar a toditos, y al que yo consiga que me está escondiendo cosas, le voy a meter un pepazo en la cabeza, no me tiembla la mano”.

Daniela estaba aterrada, todo lo que pensaba era que no quería ceder lo poco que traía. De pronto, en medio del caos, le surgió una idea, y en voz baja se la compartió a su amigo.

—Jorge, yo no puedo permitir que me quiten lo poco que tengo, así que esto es lo que vamos a hacer: yo voy a fingir que me comenzó una convulsión, y tú vas a decirles que yo sufro de epilepsia y convulsiono bajo situaciones de miedo o estrés —dijo Daniela.

—¿Tú eres loca, Daniela? —respondió Jorge.

Daniela hizo caso omiso. Ella había visto un millón de veces a personas convulsionando en las salas de emergencia, y sus dotes de actriz le servirían de ayuda para recrearlo. Así que comenzó a fingir la convulsión, movía su cuerpo de la manera precisa en la que los epilépticos lo hacen y, aunque no entiende cómo lo logró, comenzó a hacer burbujas de saliva en su boca para que la simulación fuera más creíble. El malandro se acercó. Muy asombrado preguntó qué estaba pasando, así que Jorge no tuvo otra opción que seguirle el juego a Daniela.

—Está teniendo un ataque de epilepsia, esto le pasa en situaciones de mucho estrés, y ahora, como sabe que le van a quitar sus cosas, comenzó a convulsionar —explicó Jorge al malandro.

En pocos minutos, el autobús estaba hecho un caos, y se notaba que los malandros comenzaban a preocuparse, por lo que uno de ellos se tiró al piso donde estaba Daniela y le dijo: “mamita, no te me vas a morir así vale, después es más peo pa mí. Yo no te quito tus vainas, pero cálmate por favor, flaquita”. Poco a poco, Daniela fue cortando la simulación, hasta que la terminó. Con el corazón en la boca y sin creer lo que acababa de hacer, agarró su bolso y se sentó en su puesto. Un rato después todo se calmó, los malandros ya habían robado todo lo que iban a robar, se volvió a sentar cada uno en su puesto, como si nada hubiese pasado, y la tensión, conforme pasaban los minutos, ahogaba a todos los pasajeros. Fueron minutos eternos. Así siguió la carretera del terror hasta que llegaron a Caracas.

Al bajarse, muchos de los pasajeros le agradecieron a Daniela por su “enfermedad”, afirmaron que gracias a eso tuvieron la oportunidad de salvar algunas cosas, ya que, cuando ella comenzó a “convulsionar”, los malandros se estresaron tanto que bajaron la guardia. Daniela se quedó con su bolso y con una de las experiencias más horripilantes de su vida. Pero una cosa sí es segura, la actuación corre por sus venas.

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