Avísame cuando llegues. Por Valeria Cañizales
- ccomuniacionescrit
- 26 abr 2021
- 3 Min. de lectura

Nunca me ha gustado ir de copiloto cuando maneja mi cuñado, me preocupo si subo a un carro y él está en el volante. Como dicen las personas de mayor edad: el que corre, no sabe manejar.
Mi cuñado conduce como Schumacher en Fórmula 1. Se pega a los carros, intenta esquivarlos y siempre quiere llegar en menos de diez minutos a todos lados, aunque quede al otro extremo de Caracas y exista una gran cola en la Fajardo.
Me dijo que dejara el estrés, que lo pongo nervioso, y aceleró más. ¿Algún día se dará cuenta de lo riesgoso que es conducir de esa forma?
«Voy saliendo», le escribí a mi papá.
«Avísame cuando llegues», respondió.
***
Después de un largo día de hacer diligencias en Caricuao volvía a casa. Le envié el respectivo mensaje a mi papá para decirle que iba saliendo y que llegaría dentro de un rato. Mi papá siempre me pide que le avise cuando salgo de un lugar y cuando llego a mi destino. Y aunque no me lo pida lo hago, porque se preocupa por mí; además, la situación no está para asustarlo desapareciéndome, solo por imprudencia o por flojera de escribirle.
Caracas parece pequeña, pero la cantidad de gente en sus calles hace que se vea más grande. El Ávila se erige como un gran guardaespaldas de algún desastre natural que pueda resultar verdaderamente fatal. Caracas es acogedora, con clima cálido y con personas que suelen irse a dormir a las 8 p.m., debido a la inseguridad después de esa hora. El toque de queda existe sin existir, si te agarra la noche por allí, tienes el corazón en la garganta hasta abrir la puerta de tu hogar, y si te ven mal parado, pasarás un mal rato.
Ya era tarde, estábamos en Caricuao, que es prácticamente una isla anexada a Caracas, alejado de todo, cerca de nada. Todo el que ha ido a Caricuao sabe que es un suplicio regresar a la civilización, y más actualmente con los constantes descarrilamientos del metro. Entonces, o es metro o es carro.
Desde Caricuao hasta mi hogar hay una gran distancia, al menos de media hora manejando rápido. Ya estaba oscuro y la autopista se hallaba desolada. En esas circunstancias, si ocurre algo es seguro que no podrás vivir para contarlo. Por eso, salimos a las 7 p.m.
«Voy saliendo», le volví a escribir a mi papá.
***
Estábamos en camino para regresar a la casa. Iba en el asiento del copiloto. Siempre uso el cinturón de seguridad, considero que es importante para evitar una tragedia más grande. La velocidad del carro aumentaba y mi estrés también. La ventana estaba abajo y el aire que entraba me despeinaba. Intenté hacerme una colita para evitarlo.
Todo pasó muy rápido después de eso. Fernando no podía frenar y, como de costumbre, estaba pegándose mucho a un carro, pero esta vez no era intencional. La velocidad era imparable, y él estaba perdiendo el control del carro.
De alguna manera él logró maniobrar el carro y lo quitó del carril para evitar el choque, pero aún no podía frenar. Nos acercábamos a una pared de la entrada de uno de los túneles de El Paraíso. Desesperadamente intentó frenar, yo solo cerré los ojos, preparándome para el impacto, aferrada al asiento, hasta que, de golpe, el carro frenó.
Abrí los ojos y vi a Fernando a mi lado, pálido, tal vez había visto a la muerte y la evitó a toda costa. Yo no la sentía allí conmigo.
El resto del viaje fue en silencio, con poca velocidad y luces intermitentes. Me llegó un mensaje mientras me acercaba a mi hogar: «Avísame cuando llegues», escribió mi papá.




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