Abrasador. Por Adrián Garrido
- ccomuniacionescrit
- 10 feb 2021
- 3 Min. de lectura

Todo ocurrió un sábado, en jornada normal. Parecía ser un fin de semana como cualquier otro. La joven Victoria, de 11 años de edad, tenía en sus planes bajar al Litoral (cosa común en un fin de semana para el caraqueño promedio), acompañada de su hermano menor, Francisco, de 9 años, y su madre Laura. Aquella mañana, todos se levantaron temprano, emocionados y listos para partir. Pero repentinamente, ya sea por una premonición o un mal presagio, a Laura se le desvanecieron por completo las ganas de salir, por lo que decidió quedarse con su familia en casa.
A eso de las 10 a.m., aparece en Venevisión una noticia: “Dos gandolas se volcaron a mitad del túnel Caracas-La Guaira”. Fue el fulminante mensaje que le confirmó a Laura que la mejor decisión de su vida fue no abandonar su casa. Todo parecía alinearse perfectamente para que el trágico suceso tuviese lugar horas más tarde.
Al caer la noche, luego de un día tranquilo sin mucho que hacer, Victoria veía una película, de esas terribles que pasan en Televen un sábado a las 7 p.m. Se encontraban los tres juntos en la habitación principal, a punto de sucumbir ante el sueño que las malas actuaciones y los giros dramáticos injustificados causaban.
Un inesperado olor a quemado llamó la atención del pequeño Francisco. Victoria y Laura no tardaron en percibirlo también. A oscuras y con el apartamento inmerso por completo en el espeso humo, Laura decidió salir tomada de la mano con su hijo menor a inspeccionar el calentador de agua, pues habían tenido problemas con él en anteriores ocasiones. Para su sorpresa, al pasar por el pasillo, la puerta del cuarto de visita emanaba una luz casi cegadora, como si de un portal hacia el infierno se tratase. Victoria los siguió desafiando la humareda y el calor sofocante. Los vidrios reventaron y las cortinas forradas en llamas salieron por la ventana; eran las banderas que les anunciaban a todos los vecinos que la muerte había llegado.
La madre, en un acto de desesperación, tomó el teléfono de la casa y corrió con sus hijos hacia el pasillo fuera del apartamento, antes de que el calor sellara las puertas de metal y quedaran atrapados dentro de aquel final no tan feliz. Una vez afuera, los niños empezaron a correr atemorizados tocando cada timbre en busca de ayuda, pero nadie respondía. En pánico, solos, y sin un extintor a la mano, empezó la crisis. Laura hiperventilaba y no lograba calmarse, y los niños, en lágrimas, estaban al borde del colapso.
Hasta que, por fin, una luz al final del túnel salió a relucir. Eran los vecinos, quienes subieron lo más pronto posible a cerciorarse de que la familia estuviese a salvo y, desde luego, a llamar a los bomberos. Envolvieron en toallas a los dos niños y los bajaron por las escaleras hacia la planta principal del edificio. Pero al bajar por las escaleras, una fuerte discusión entre los vecinos disipó las esperanzas de la joven Victoria: los bomberos no encontraban la forma de acceder con el camión, debido a que la mala ubicación del apartamento no se los permitía.
El camión de bomberos no podía ser estacionado para apagar el fuego. Por la avenida jamás iban a llegar, y por la plaza común del edificio seguían quedando muy lejos para apagar el fuego. La única opción que quedaba era subir por las escaleras; pero claro, el tiempo que tardarían en llegar al piso diecisiete era crucial si querían rescatar el apartamento de las llamas.
Otro problema se asomó en el horizonte: el fuego no debía alcanzar la cocina. Gracias a la química básica, todos sabemos qué podría pasar si una gran llamarada entra en contacto con una cocina de gas. Unos cinco vecinos, armados de valentía, entraron al gran horno, y usaban como armaduras unas toallas húmedas que vestían todos sus cuerpos. Entre montones y montones de toallas mojadas hicieron todo por contener las llamas. Los bomberos llegaron por fin, ya los vecinos habían logrado extinguir aquel inclemente fuego.
Semanas transcurrieron. La familia se mudó de un lugar a otro temporalmente hasta que lograron reconstruir todo lo que el fuego había destruido. Tiempo después se supo la verdad: el fuego fue ocasionado por un corto circuito en el cableado de una de las habitaciones, ya que no se le había hecho mantenimiento alguno desde hacía varios años atrás.
Y así fue como en el año 2013, ocurrió uno de los más grandes sucesos en la historia de la urbanización Juan Pablo II.




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