18. Por Sergio Corrales
- ccomuniacionescrit
- 8 feb 2021
- 4 Min. de lectura

Diego, Sergio e Ignacio siempre fueron grandes amigos. De hecho, eran de esos amigos que al presentarse ante gente nueva decían que eran primos. Por más que no había un lazo sanguíneo que los uniera, ellos sentían uno más fuerte: la amistad. Habían estado unidos todas sus vidas por la misma amistad que sus padres habían compartido por años. Se conocían desde que estaban en los vientres de sus madres. Siempre se reunían y pasaban todos los días posibles juntos.
Una noche, Ignacio se encontraba con sus padres y su hermanita de camino a una competencia para perros, pues la pequeña de la casa entrenaba a su mascota para eso. De camino al lugar, en la autopista sufrieron un accidente. Un carro les dio un toque, y a esas velocidades, un toque es demasiado. Por esta razón, chocaron contra la defensa que separa las dos vías, perdiendo el padre el control del carro, que se volteó y dio vueltas por el pavimento. En esos segundos de vuelo y volteretas, los hijos y la madre salieron disparados por las ventanas, pues no tenían el cinturón de seguridad. El accidente fue brutal, colocando a los cuatro integrantes de la familia en la clínica, con Ignacio, su hermana y su mamá entrando en coma.
Pasaban los días con los cuatro en la clínica, mientras Sergio y Diego no hacían más que pensar. Tenían dificultades para comer, para estudiar, y claro, para divertirse por el miedo y preocupación que se había apoderado de ellos. Incluso a sabiendas de la situación, pensaban con la inocencia con la que lo hace un niño, seguros de que pronto estarían bien él y su familia. Las horas jugando videojuegos, las guerras con pistolas Nerf, las batallas con Bionicles, las tardes jugando en los jardines, las semanas completas enconchados en la casa de alguno de los tres... Todos estos momentos cobraban fuerza en la cabeza de Diego y Sergio, quienes no hacían más que imaginar el momento en el que podrían volver a jugar con Ignacio.
Fueron pasando los días, los padres se recuperaron y los hijos empezaban a mostrar signos de mejoría. La esperanza de sus primos seguía intacta. De hecho, crecía con cada día, pues las noticias eran buenas. Empezaban a animarse, a sentir que pronto llegaría el momento de jugar todo lo que no habían jugado en los últimos días. Había que recuperar el tiempo perdido, pero esa oportunidad nunca llegó. Apenas los hijos empezaron a mejorar, colapsaron. La esperanza se desvaneció, al igual que la posibilidad de crecer y construir un futuro los tres juntos. En mayo de 2010, con 11 años de edad, su primo se les había ido.
A la hora de recibir la noticia, no sabían cómo reaccionar. Claramente había una gran tristeza en sus corazones y cascadas en sus ojos mientras preguntaban a sus padres si eso significaba que jamás los volverían a ver; los papás, con las mismas cascadas oculares, trabándose al hablar, respondían sin saber realmente qué decir. “¿Cómo manejar esta situación?”, pensaban los padres, sabiendo que para los niños esto sería casi imposible de sobrellevar. Se armaron de valor y les dijeron la verdad, que Igna y su hermana se habían ido y no podrían volver. Teniendo 12 años de edad, trataban de comprender lo que pasaba, pero era difícil. Aun no tenían las herramientas suficientes para procesar la pérdida de su amigo o, mejor dicho, de su primo.
Con los años, se les siguió haciendo complejo. No entienden aún por qué se tuvo que ir tan repentinamente. Hoy en día piensan mucho en el hecho de que la última vez que lo vieron no sabían que sería la última. Quisieran devolver el tiempo y saber, para así poder decirle todo lo que por él sentían, lo mucho que lo estimaban y, cómo no, darle un gran abrazo. Anhelan la posibilidad de despedirse de él. Piensan aún en su primo a diario, en lo mucho que disfrutaban y en todo lo que pudieron haber compartido con él si no se hubiese ido tan temprano. Pudieron haberse visto crecer, pero el destino tenía un plan bastante diferente, lamentablemente.
Cada 18 de agosto, en su cumpleaños, lo lloran. Cada vez que pasan por la entrada de su casa, lo recuerdan. Cada vez que hacen algo que Igna disfrutaba, piensan en lo mucho mejor que sería el momento con él ahí. Lo extrañan, pero les quedan los recuerdos atados con mucha fuerza a sus corazones. Diego y Sergio esperan algún día reencontrarse con él en otro plano, uno en el que le puedan decir la falta que les hizo, lo distinta que fue la vida sin él y lo mucho que les alegra finalmente volverlo a ver, aunque ellos están seguros de que Igna, desde allá arriba, los ve, siempre los ha visto y los verá, y que sabe exactamente cuánto sus primos lo han extrañado, y los está esperando, porque sabe que, en algún momento, cuando deba pasar, los tres volverán a jugar en el cielo.




Comentarios